¡Aprenda ruso, ca…, caracoles!

«Pisa, morena, pisa con garbo» «¿Qué me dice usted? ¿No ve que soy rusa y no entiendo la poesía en castellano?» «Pues lo tendrá que aprender»

Uf, vaya mes de abril. Aguas mil quizá no, pero ochocientas sí. Y fresco, hoyga, que no hay quien se quite la rebequita de punto gorda. Y con fin de ramadán, exámenes parciales, clases híbridas, informes desto y delotro, chorradas diversas de cuyo nombre no quiero acordarme, congreso bitrianual, etc. Entretenidillo, vaya. Y como soy mononosequé, o sea, que solo puedo pensar en una cosa a la vez, pues me agobio y me bloqueo. Pero poco a poco hemos ido terminando cosillas y vuelvo a tener un poco de tiempo, así que otra vez estoy dispuesto a darles un poco la tabarra.

Como les decía, hemos hecho nuestro congresillo bi o trianual (depende de circunstancias que no vienen al caso), que ha quedado bastante bien y en el que para alivio mío ha habido una ausencia absoluta de personal diplomático hablando de puentes, culturas, solidaridad, tolerancia, corbatas, sopa y esas chorradas. Prácticamente solo académicos y personal de la cultura (del Cervantes, vaya, y el consejero de educación o como sea el cargo que tiene, pero que hablaron entre poco y nada), aparte de un bedel que explicaba cuál era el botoncico del micrófono y un par de fotógrafas nada invasivas. Pocos estudiantes, pero es que con eso de las clases híbridas no vienen y se han acostumbrado a levantarse a partir de mediodía.

A lo que vamos. En dicho congreso (aunque eran unas jornadas) s.s.s. (yo) presentó (-é) dos ponencias, una solito y otra en comandita. Ambas eran sobre traducción, pero me gustaría hablar de la primera. Miento, me gustaría hablar sobre el coloquio que siguió a la primera porque se planteó el tema de la traducción de poesía. Yo no hablaba exactamente de eso, pero mi compañero mesero Roberto Mondola sí. Nos preguntaron aquello de si hay que ser (un poco) poeta para traducir poesía y ambos respondimos que no. Evidentemente, si hubiera sido una mesa sobre poesía, llena de poetas, es posible que hubiéramos contestado de manera distinta por temor a las violentas represalias.

Una semana más tarde me tocó compartir otra mesa en la que también se habló (hablaron, para ser más exactos) de traducción de poesía. Mehmet Hakki Suçin habló sobre las traducciones al turco de las Mu’allaqat (para quien no lo sepa son unas casidas preislámicas), incluyendo una versión suya de él. Ayçin Kantoglu estuvo comentando las dificultades (o, como diría una sobrina mía, los retos) a los que se había enfrentado traduciendo nada menos que La divina comedia, primero solo con rima y luego en endecasílabos (espero que heroicos). Me gustó mucho lo que dijo Ayçin Kantoglu sobre los aspectos matemáticos de la obrita del Dante (suena vintage el artículo determinado ese, ¿eh? O quizá catalán, no sé), pero me temo que, de haber habido partidarios de que solo los poetas pueden traducir poesía, igual la linchan por mezclar las matemáticas churras con la gimnasia.

De todas maneras, que veo que me estoy enrollando, lo que quería contarles es que el amigo Roberto Mondola publicó en nomeacuerdoqué red social una foto del acto y comentaba (aprox.) «Aquí en la Universidad de Estambul, hablando de traducción de poesía» y alguien le recomentaba (aprox.) de forma una miaja tajante: «La poesía no se puede traducir. Punto». Se habrán dado cuenta de que no precisaba si era seguido o aparte, y ni siquiera si era gordo, pero creo que el mensaje se comprende.

Por si acaso, el amable interlocutor animaba a los posibles lectores de su comentario a ampliar sus horizontes y no quedarse en eso que llaman la zona de confort y que debe de ser algún sillón o sofá: «Si quieres leer poesía rusa, aprende ruso». Y le faltó añadir alguna expresión enfático-expletiva del tipo «carajo» «caracoles» para que quedara un poco más claro. El amigo Mondola se limitó a replicarle que él no traducía poesía, sino que hablaba de traducciones de poesía y que, por lo tanto, a él plin.

Ya se habrán dado cuenta de que el tema y el asunto (nunca he entendido para qué sirve esa diferencia) de mi escrito es lo de que la poesía no se puede traducir y que, por lo tanto, deberías aprender todas o casi todas las lenguas, humanas y angélicas, si no quieres quedar como un cateto y que la gente te señale por la calle por no haber leído a Homero, Horacio o…, háganme el favor de buscar poetas holandeses, fineses, húngaros, bengalíes, indonesios, guineanos, keniatas, malgaches, etc., que escriban en sus lenguas vernáculas y cuyos nombres empiecen por hache para que quede bonito con Homero y Horacio. Bueno, ya se darán cuenta del apuro que supone aprender todos esos idiomas y otros de repuesto con lo agobiante que es la vida actual, por mucho que ahora en internet encuentres de todo (menos precisamente ese libro que andabas buscando porque estaba en casa de tus abuelos y no lo volviste a ver, con lo interesante que era).

Hay otra cuestión por la que el comentario del señor aquel me parece un poco exagerado. Estaremos todos de acuerdo en que sí se traduce poesía. Entonces, ¿por qué afirmaba con tanto vigor que no se puede? Será que no se puede hacer bien, pero traducir como un churro es algo que puedo hacer yo mismo. Y entonces, ¿qué significa «bien»? ¿Lo que a él le parece «bien» es un valor absoluto que deberíamos acatar el resto del género humano? Lo digo para ir preparándome y que no me pille desprevenido. No me parece mala idea y menos si se presentara a presidente mundioglobal. «Niño, no hagas eso que no está bien», «¿Por qué?», «Porque lo dice el señor ese que aprendió ruso para leer poesía». ¡Qué comodidad para los que no tenemos las ideas tan claras!

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¿Es una cita?

¿Cómo me dice usted? ¿Que los griegos le traían lo qué?

Me disculparán por la irregularidad de mis escritos (igual les importa un bledo), pero volvemos a estar con clases en línea y, no sé por qué, ando que no doy pie con bola (en caso de que jugara al bola-pie). Los estudiantes también lo llevan fatal porque, según confesión propia de ellos, la mayoría se levanta a mediodía como pronto y, claro, los pobreticos no pueden asistir a las clases de la mañana porque están en plena fase REM. (Actualización para que vean que escribo cuando puedo: ahora las clases son híbridas sin obligación de asistencia, lo que significa que los estudiantes no van a la facultad —a no ser que sean novios, se tengan un cariño limpio y puro y vivan lejos el uno del otro, que entonces aprovechan— y tampoco se conectan porque no oyen bien lo que se dice. Los profesores vamos cargados con nuestros ordenadores y nuestros cables porque en la facultad no hay para todos.)

Bueno, a lo que íbamos.

Últimamente he visto algunos debates en torno a la traducción que me han llamado la atención (sin haberlo preparado, me ha salido un pareado… ¡Anda, otro!). Uno de ellos fue por un trujamán, si mal no recuerdo, en el que se hablaba de la traducción de las citas. Es decir, no de las citas esas del apa y el emeelea, etcétera, sino de cuando en una novela, un poner, aparece una cita de otro autor u obra. Como si en una novela de Jardiel Poncela aparece una frase de Ortega y Gasset, pues ese tipo de citas.

Por cierto, vaya lío se tienen con lo de las citas los americanos de las pelis, que si es una cita, o un encuentro informal, o una ingestión compartida de infusión o bebida alcohólica, o qué sé yo. ¿Tomar una cerveza es una cita? ¿Con tapa o sin tapa? Claro, como a la tercera va la vencida y, quieras o no, tienes que ponerte la camisa nueva y ya se sabe, si andas desganado, mejor decir eso de «a coto, a coto» y que no valga como cita. Fin de la digresión, volvamos a lo nuestro.

Ese tipo de citas que aparecen en obras literarias de literatura suelen traducirse, claro que sí, no como en algunas traducciones antiguas de Freud y otros cochinotes, que dejaban las partes escabrosas en alemán (creo recordar que eso pasaba en una que tenía mi madre) o quizás lo traducían al latín, no me acuerdo, solución idónea esta porque así las guarrerías te las explicaba el cura pasándolas por el filtro de la adecuada moral. En fin, supongamos que vamos a traducir la novela de Jardiel al turdetano, pues también traduciríamos la frase de Ortega, por supuesto.

Pero, ¿nosotros mismos con estas manitas u otros? Me explico, ¿qué pasa si ya hay una traducción autoritaria, digo, autorizada de Ortega? ¿No sería más lógico usar esa? El artículo del que hablaba, su autor, vaya, opinaba que tenías que traducirlo tú mismo y el asunto tenía su lógica: ¿No lo estás traduciendo tú todo? Pues ¿para qué vas a usar la traducción de otro de una frasecilla suelta? ¿No será un poco cortapeos que de repente cambies de estilo porque no es el tuyo? Cabría objetar a eso que tampoco es el estilo del autor original, sino el de la cita, pero pelillos a la mar.

Nihil obstat, digo, no obstante, el caso que a mí me trae por la calle de la amargura no es ese, sino cuando la cita fue escrita originalmente en otra lengua. Por seguir con el ejemplo, como si Jardiel citara a, qué sé yo, Yukio Mishima. En el libro tendré la cita convenientemente traducida al español por lo que podría pasarla al turdetano yo mismo (si no, la dejo en japonés y tan contento, o santas Pascuas por lo de las señaladas fechas). El problema es que el turco (lengua de la que traduzco) está tan alejado de las lenguas occidentales de las que suele citar el personal, como yo mismo de los primos de mi madre de san Miguel del Pino, pueblo del que deduzco que todos son primos en el sentido de que todos participan de la característica de pertenecer a la especie homo sapiens (dentro de lo que cabe). A veces todavía tengo pesadillas de cuando era chico y nos sometían a ráfagas de besos atronadores como ametralladoras y nos cebaban como a ocas camino de la cirrosis pro-fuagrás porque estábamos muy delgaditos. Gente muy cariñosa, eso sí, pero tan desconocidos para nosotros como el fantasma que camina, aunque, según ellos, todos primos nuestros.

La cuestión es que si yo me encuentro una cita de un autor pongamos alemán en una novela en turco que diga: «La hora el tiempo no da» o algo así y lo traduzco por (podría ser) «las horas no desvelan el momento», quedará muy filosófico, pero yo quedaré peor que la mohosa cuando un amigo intelestuás marxista-kantiano que sepa alemán se ría de mí diciendo: «Ja ja ja (me han dicho que no lleva comas, es la risa del amigo), ¡qué burro eres! La cita original de Goethe es «reloj, no marques las horas»» . Y, claro, yo sentiría que mi vida se apagaba de la pura vergüenza.

¿Se dan cuenta de cómo podría caer en el más abyecto abismo de la desesperación si me equivoco al traducir la cita? O no, pero ese es otro tema. Yo, por pura honestidad honrada, me dedico a buscar la cita en su lengua original mirando por acá y por allá hasta que la encuentro. Lo malo es que suele estar en lenguas que no conozco. ¿Qué hacer entonces? Solución (a) (la fácil) pedirle a una colega que me la traduzca, sobre todo si la colega en cuestión (suelen ser mujeres) han traducido previamente a nuestro amigo el citador; solución (b) (la entretenida) buscarte una traducción antiguo-clásica de la cita. Este segundo método, que tiene mucho mérito porque es el que yo suelo usar, tiene el problemilla de que no es muy probable que encuentres que Quevedo ha traducido una cita de Sartre, un suponer, o igual es que era otro Quevedo. Los resultados son graciosos, eso sí y, como todos están muertos, normalmente no hay protestas a no ser que se te ocurra poner la copa de vino bocabajo por hacer una gracia y te salga una sesión espiritista, que ya no te ríes tanto.

Hay casos un tanto peliagudos, de todas formas. Por ejemplo cuando el autor cita de memoria y lo hace mal, que entonces ponte tú a buscar el original. «Como dijo Horacio: «No me fío de los griegos ni cuando a buen árbol se cobijan»». Y entonces resulta que ni era Horacio, ni los griegos se arrimaban a los árboles a orinar (igual sí). Antonse, si tienes suerte encuentras la buena y, si no, no te queda más remedio que traducirlo tú, pero puedes tener por seguro que alguien te dirá, o dirá de ti, que es peor: «¿Se puede saber cuándo dijo Horacio eso? Menudo cateto el traductor…», porque a nadie se le pasa por las mientes que el honorable autor a lo mejor andaba regular de la memoria ese día.

Pero yo las busco. Y la última fue un Hamlet de Moratín (hijo, Leandro, no Nicolás, padre) que ya les contaré otro día.

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¿Qué hacer?: ARÇ

Los terremotos que han sacudido Turquía (y Siria) la semana pasada y se han llevado por delante una buena parte de la región van camino de ser el peor desastre que se ha registrado nunca en el país. Mencionar el número de muertes me parece no solo inútil porque crece cada día, sino también porque es una forma muy fría de cuantificar el horror que es que la tierra tiemble bajo tu cama mientras estás durmiendo, te tire las paredes encima y, si tienes suerte, puedas arrojarte a la calle después de coger cualquier abrigo y te encuentres sin casa, sin comida, sin agua ni electricidad, sin trabajo ni centro escolar, sin nada, herido, con tu familia bajo los escombros… Y, todavía peor, con el frío glacial que ha estado haciendo estos días. No me lo imagino y no sé si me apetece imaginármelo.

Por eso quienes vivimos lejos de la zona de los terremotos andamos cabizbajos, en parte tristes, pero en parte también con esa vergüenza del superviviente de seguir como antes mientras que millones de personas se han quedado sin nada, o sin vida, en segundos. Alguien decía que le daba reparo saludar alegremente al vecino y esa es la primera parte de la vergüenza: ¿cómo sonreír con alegría cuando ahí al lado hay un montón de gente sufriendo? La segunda parte es la de no estar acometiendo alguna acción heroica que te permita poder mirarte al espejo sin avergonzarte. Sin embargo, no todo el mundo está preparado para ser héroe y hay muchas otras formas de ayudar.

Como se pueden suponer, uno de los problemas, sobre todo al principio, ha sido el caos y la falta de organización que suelen darse en estos casos. La mayoría de la gente es buena y solidaria y ha habido una respuesta masiva de voluntarios, incluyendo muchos equipos internacionales que han venido a echar una mano. Y estos equipos necesitaban traductores e intérpretes (a partir de ahora voy a usar solo el término «traductores» y que me disculpe quien se sienta ofendido) para poder entenderse no tanto con las organizaciones gubernamentales o no, que posiblemente tengan quienes se defiendan en esa lingua franca que llamamos inglés por llamarla de alguna manera, sino con la población local, lo que es más peliagudo.

Pues bien, para eso y por eso les voy a hablar de ARÇ (Afette Rehber Çevirmenlik / Traducción-Guía/Orientación en Desastres). Después del terremoto de 1999 en la región del Mármara, un grupo de traductores voluntarios decidió unirse para poder ofrecer una ayuda organizada a los equipos internacionales que acudieran en caso de desastre. Como gran parte de ellos y casi todos los organizadores eran del departamento de traducción de nuestra universidad conocía a bastantes de ellos. Rápidamente hicieron varias cosas: cobijarse bajo el paraguas de la Asociación de Traductores (Çeviri Derneği) que se fundó creo que ese mismo año para poder tener la consideración legal de ONG, digamos, autorizada; firmar acuerdos con las autoridades correspondientes para que los reconocieran como interlocutores válidos; y buscarse una preparación específica para poder actuar en caso de desastre con organizaciones especializadas en estos temas.

Este último punto me parece importantísimo porque no puedes ir a traducir en una situación como esta y quedarte como un pasmarote. Vas a tener que acudir a lugares de difícil acceso y trabajar en unas circunstancias complicadas. No basta con el entusiasmo juvenil si tienes que meterte por entre los escombros poco firmes de un edificio de veinte plantas para llegar al agujero en el que unos bomberos mexicanos intentan comunicarse con una víctima atrapada por un muro que se le ha caído encima, con sed, frío, miedo y dolor. Si no hay otra cosa, toda ayuda es bienvenida, claro, pero si hay gente preparada, mejor.

Decía que al principio hubo bastante caos. Podía verse bastante en el caso de la búsqueda de traductores. La gente estaba (y sigue) pegada a la televisión y al Twitter, que tiene su parte buena como se ha podido ver en estos terremotos, pero que muchos tienden a usar sin pensárselo. En cuanto empezaron a llegar equipos internacionales, empezó también la búsqueda de traductores. Lo malo era que las peticiones de ayuda se repetían sin mirar si la necesidad había sido cubierta y bloqueaban teléfonos y otros medios muy necesarios en esos primeros momentos. Todo el mundo quería ayudar, y muchos figurar, y sin ver si la urgente necesidad de un traductor de español no era algo de hacía ya varias horas, ocupaban una línea telefónica que debería estar libre.

La respuesta de ARÇ estuvo muy bien pensada. Cuando la cosa se saturó, hicieron un comunicado diciendo que de momento estaban cubiertas las necesidades más urgentes de traductores y que, si alguien quería colaborar, que rellenara el formulario que proporcionaban. Un rápido vistazo al formulario permite ver que daban prioridad a gente que tuviera preparación específica en caso de desastres, pero tampoco cerraban la puerta a colaboraciones más modestas, digamos, pero también necesarias. Todo el mundo puede aportar su granito de arena, pero hay quienes tienen la capacidad de ser más efectivos.

Para que vean lo que hicieron hasta ese momento, les copio el comunicado que hicieron el día 10:

Briefing on ARÇ’s Activities related to the Earthquake Disaster

Updated: 10 February 2023, 10:32

Translated by: Jonathan Maurice Ross

ARÇ (the Emergency and Disaster Volunteer Interpreters Organisation), working under the auspices of the Translation and Interpreting Association – Turkey, is currently providing interpreting support in the wake of the two enormous earthquakes with their epicentre in Kahramanmaraş province (South-Eastern Türkiye) that have hit the country, directly affecting 10 of the country’s 81 provinces. We would like to express our gratitude to all those who have applied to interpret for ARÇ, and we thank them for their thoughtfulness and sensitivity.

Following the earthquake, the ARÇ Coordination Team immediately started to monitor the latest developments via the systems provided by AFAD (The Disaster and Emergency Management Presidency of Türkiye) and international cooperation networks. We undertook the preparations needed to assist the foreign teams arriving in Turkey. The ARÇ Coordination Team is now working both on the ground and from our control centre.

From the morning of the earthquakes on, we started to organise ARÇ volunteers with different language combinations who had expressed a willingness to work in the field. We also updated our form and began to process new applications. Within a short space of time, thousands of people had completed the form. Because of the large volume of applications, from the second day onwards it became challenging to manage the form and evaluate the applications. Although all applications are considered, we can only assign those applicants who meet certain criteria. In the first few days, we concentrated on dispatching interpreters from Istanbul and Ankara to the affected zone, but when problems emerged with transportation we started to prioritise those interpreters who were already in the zone. At the moment, we are giving preference to interpreters who are in that region or who can easily get to the location to which they are assigned. When suitable, we are sending interpreters from Istanbul and Ankara.

So far, by assigning interpreters, we have provided support to the majority of the more than 100 foreign teams who have arrived in Turkey, and we continue to coordinate these interpreters. We are also accepting new applications so that we can give our interpreters the chance to take regular breaks or we can replace interpreters where necessary. In addition, since relief teams will be coming, on the heels of the search and rescue teams, there will still be a need for interpreters in the weeks ahead.

At this critical time for Turkey, we would once again like to thank all those who have applied to serve as volunteer interpreters.

Translation and Interpreting Association – Turkey

ARÇ Organisation

Eso es todo por el momento. Ayudar es siempre necesario, pero para que la ayuda sea eficaz es necesario organizarse. Y organizaciones como ARÇ son una buena respuesta por parte de nuestra profesión en este tipo de situaciones tan horribles. Son realmente admirables y dignos de imitación. Aquí tienen su dirección web, aunque está en turco:

http://ceviridernegi.org/arc/

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Pegoletes

¡Madre mía, cuánta tontería y cuánto pegolete me está saliendo! ¿Me habrá afectado el flit que le he echado a las cucarachas?

Les voy a contar una anécdota que no sé si les he contado antes. In illo tempore, y hace ya años de eso, cuando no era temporada, o era temporada baja, muchos cines de los pocos que había en Córdoba ponían películas antiguas, normalmente con la excusa de algún festival de lo que fuera. Pues bien, en una de esas ocasiones me fui a ver Solo ante el peligro, creo que al cine Alcázar, y delante me tocaron una madre con una parejita de lo que me parecieron preadolescentes o sin pre que hablaban como si estuvieran en el salón de su casa. Y cada uno estuviera en una punta además. En cierto momento del filme alguien escribe una nota y, como era costumbre cuando yo era chico, en que todas las pelis estaban dobladas todo lo que se pudiera, en la pantalla se ve una mano que escribe la nota en español, por si acaso.

En ese momento uno de los vástagos dijo bien alto y clarito: «¡Cucha, mama! (Igual fue «¡Cuchi, mami!», que no pretenderán que me acuerde tantísimos años después) ¡Escribe en español!». A lo que la madre, consciente de que una buena educación no solo se obtiene en el colegio, le respondió: «Ah, es que en los Estados Unidos de América del Norte (y solo parte de ella, para ser más exactos) hay territorios como Texas o Nuevo México donde se habla o se hablaba español y seguro que están en alguno de esos pintorescos lugares». Tampoco creo que la explicación fuera tan ripiosa, pero se hacen una idea. Y sus hijos, como buenos niños, asintieron encantados engullendo lo que fuera que engullían, que igual eran otros niños como ellos, pero crudos y en bocadillo, como sushi de niños, pero con pan en lugar de arroz.

Por supuesto, me entraron ganas de decirle «Señora, ¿no se le ha ocurrido que lo de la nota a lo mejor es una escena insertada en la que se ve la mano del bedel de la distribuidora después de que hayan cortado la original, que sería en inglés y, en consecuencia, se temerían que no lo íbamos a entender?». A lo que ella podría replicarme: «¿Y cómo lo sabes, so listo?». Y yo: «Porque me temo que, por muy en Texas o Nuevo México en que estén, Gary Cooper no habla en español en el original, ni tampoco la monaguesca. Katy Jurado no le digo que no, eso sí». Y ella: «Y, si ya está doblado, ¿por qué no dejan la nota como estaba y le ponen una de esas voces en off que repiten lo que va escribiendo la mano, que parece que en las películas todos escriben sacando la lengua y repitiéndolo en voz alta?». Y yo: «Supongo que porque si a usted le ha parecido tan normal que hablaran y escribieran en román paladino, a lo mejor le resultaba raro que escribieran en inglés y repitieran lo escrito en castellano». Y ella:… Pero para entonces ya nos habría echado a todos el acomodador, que eran unos señores con linterna.

(Inciso: mi madre conocía a un acomodador que le contó que los días que libraba iba al cine, a los de la competencia, claro, porque si no se quedaba sin ver las películas que estrenaban. ¡Qué oficios!)

¿Que para qué les cuento esta bonita anécdota aparte de mi deseo de entretenerlos? Como podrán suponer, no me mueve el único objetivo del delectare, sino también del docere. O, como se suele decir, de instituir deslizando o algo así, que ahora no me acuerdo. ¿Moraleja? No sé, quizá que no debe sentarse uno en el cine cerca de gente que hable alto. O ir a cines donde las pongan en versión original o, si son ustedes catalanes, donde las hagan, que seguro que en esas pelis las notas son en inglés o en lo que sea que hablen, en plan «buy bread!» pinchada en la nevera, ya saben.

¿Qué es lo que se puede aprender de mi anécdota? ¿Qué lección me hizo más sabio, lo que no quiere decir que lo fuera o lo sea mucho? Pues que, al contrario que nuestra familia amiga, cualquier espectador con dos dedos de frente es consciente de que lo de la nota en español es un truquillo para que nos enteremos, lo mismo que Gary Cooper hablando como si fuera de Medina del Campo. ¿Y por qué lo digo? Porque a veces se encuentra uno con unos debates sobre la naturalización de las traducciones y unas traducciones naturalizadas que paqué. O adaptación, o domesticación, o llámenlo como quieran, que no nos vamos a pelear por un quítame allá esas pajas.

Si yo me encuentro a Gary Cooper diciéndole al malo, un poner, «no me vengas con pegoletes, fartusco», qué quieren que les diga, me salgo completamente de la peli, que la estaba viendo todo embelesado. Es lo que técnicamente se llama un cortapeos (o «cortapedos» si son ustedes finos). Entre otras cosas porque me da la impresión de que quien haya hecho semejante barrabasada cree que soy lo bastante tonto como para no darme cuenta de que se supone que nuestro sheriff está hablando en inglés y no como si fuera de, digamos, Cañero.

Como quedaría raro que el jefe indio le preguntara a John Wayne si sabía hablar español (y, curiosamente, sería lo más adecuado, como me abrió los ojos Andreu Martín con su preciosisímo video «El niño que sabía hablar apache», que lo tienen en el yotuve) se llega a soluciones de compromiso y bastante ridículas, como ese «¿Habla usted mi idioma?», que no diría nadie porque la respuesta inmediata sería «¿Cuál?». ¿Qué pasa? ¿Que el distribuidor en España piensa que si yo le oigo decir a James Stewart en perfecto castellano «¿Habla usted inglés» le voy a denunciar por falsedad manifiesta y dolosa? Anda ya.

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Variedades culturales (o cultismos variacionales o variétés culturetas)

Como le cuento, oiga, estaba al pie del altar con mi mantilla de encaje y ahí mismo le mandé a tomar viento fresco

Hace unos días les contaba lo del proyecto que estamos haciendo con unos estudiantes y hoy me gustaría hablarles un poquillo más del asunto. No de qué va el proyecto en sí, que lo dejo para otro momento, que ya se lo contaré, palabrita del niño Jesús, cuyo aniversario cumpleañesco celebramos hace unos días, concretamente dos o tres porque vivo en un barrio multicultural donde, aparte de musulmanes y judíos, que no lo celebran ni siquiera conmemoran, habitan también griegos ortodoxos (pocos), extranjeros católicos (incluyendo árabes, no se crean) y protestantes (sobre todo africanos) que lo festejan el veinticinco de diciembre, y armenios gregorianos (bastantes) que lo hacen nuestro día de SS. MM. los RR. MM., e incluso rusos y ucranianos recién llegados (más o menos) que creo que lo celebran el siete, es decir nuestro boxing day, fecha amarga donde las haya porque al otro día hay cole. Bueno, la verdad es que nosotros hemos tenido cole todos los días o, más concretamente, exámenes, pero eso es harina de otro costal. En suma, que ya les contaré lo del proyecto en otro momento.

Como pueden suponerse, va de traducir. Y, también como pueden suponerse siendo ellos estudiantes y nosotros sus venerados maestros, tanto en el sentido de quien enseña una ciencia, arte u oficio, que de todo tiene la traducción, como en el de «seño, seño», aunque no creo que todavía se siga diciendo, porque también ejercemos un poco de paño de lágrimas u hombro en el que apoyar sus cabecitas, como decía aquella canción tan melosa, pero no en el sentido taurino o musical de inclinar la testuz exclamando «¡Bravo, maestro!». Jo, me pierdo con tanta tontería. Se pueden suponer, decía, que quienes traducen son ellos y nosotros opinamos, sobre todo porque más sabe el diablo por viejo que por diablo. Hummm, me pregunto si ahí «Diablo» irá con mayúscula por ese artículo determinado… Como también se supondrán, si son más o menos del gremio, como (ellas y ellos) son jóvenes y sin experiencia editorial, sus traducciones son bastante, cómo diría yo, fundamentalistas por aquello de literales. «Es que según el diccionario Linneorouse el pájaro zwcfgx en español se llama «avecilla catacrás»», te dicen, y entonces les explicas que nadie sabe lo que es el catacrás fuera de la asociación friquista de ornitólogos y que, según el contexto, sería mejor cambiarlo por, pongamos por caso, «pájaro chogüí». Lo malo es que pueden apostarse lo que quieran a que tan desconocido para ellos es el chogüí como el catacrás. No digamos ya el Pájaro Loco. Bueno, con nuestros estudiantes es al revés, del español al turco, pero se hacen ustedes una idea. Y no me meto en la sintaxis.

Aunque no se lo crean, porque realmente es difícil de creer, todos los pegoletes anteriormente mencionados están relacionados porque uno de los temas más peliagudos es, ¡ay!, el de la religión y las costumbres. Estaban los pobreticos míos traduciendo «El encaje roto» de Emilia Pardo Bazán por aquello de que está de moda (la autora) y es de derecho público (su obra) —cuento, por cierto, que les recomiendo leer porque además es muy cortito—, y nada más empezar nos topamos con una boda tan de postín que la celebra nada menos que el obispo de San Juan de Acre. ¡Toma ya, la primera en la frente! ¿Traducir o no traducir «San Juan de Acre»? Hubo quien no lo tradujo porque pensó que sería algún sitio de, probablemente, Galicia; quien sí lo tradujo («Akka») porque se llama así en turco; y quien no lo tradujo por motivos más filosófico-profundos. El debate se planteó ahí porque los defensores de la no-traducción opinaban —no sin razón— que el lector turco medio se iba a quedar un poco turulato si en una boda en, un poner, Pontevedra, Spain aparece de repente el obispo de una ciudad de Israel. Por supuesto, esta opinión presupone una falta de culturilla un tanto seria por parte del susodicho lector, como si un español no supiera lo que es el Decreto de Gülhane, ah, ¿que no? ¿Y la batalla de Manzikert? Bueno, como ven tenían su razón.

No acababa ahí la cosa porque también tuvimos una discusión bastante bizantina (no deja de ser chistoso) con el sintagma «al pie mismo del altar». Primero por la palabra «altar»; ¿traducirla por «mihrab» o por «sunak»? «Mihrab» es el término que se suele usar en arquitectura y que emplean los propios cristianos en turco, pero a parte de los estudiantes les sonaba a mezquita, y no a altar propiamente dicho sino a huequecillo en el muro. Como ven, también tenían su razón en esto. En cambio, «sunak», que es la palabra turca para altar, tiene ciertas connotaciones de sacerdote mexica extrayendo el corazón todavía palpitante del pecho un sufrido tlaxcalteca florido, lo que probablemente habría manchado el vestido de novia de Micaelita Aránguiz, la heroína del cuento. Mal asunto. También hay en esto un problemilla de registro entre el turco-turco y el turco-arabista del que ya hablaré algún día.

El otro escollo era la expresión «al pie de» (-l altar). ¿Realmente se dice así en turco («-in dibinde»)? Porque había quien creía que sonaba como «al pie de las escaleras» o «a sus pies, señora» (eso es cosa mía y está mal) y optaba por un simple «ante» («önünde») o soluciones parecidas. Incluso había radicales que proponían dejarse de pegoletes de altares y pies y traducir por algo así como «ya en la iglesia» o «en medio de la boda», que, qué quieren que les diga, tampoco me parecía muy mal porque se entendía estupendamente.

Había muchos más problemas que nos tuvieron bastante entretenidos. Se me viene a las mentes el tema de los padrinos, que nuestros estudiantes, inocentes ellos y un poco perdidos con lo del obispo de San Juan de Acre, pensaban que eran los padrinos del bautizo de ambos (¿sendos?) contrayentes que siguiendo una tradición católico-pija les acompañaban hasta el pie del altar; o las mantillas de las señoras, que una de las participantes insistió en explicar en nota porque le parecía un elemento cultural de primer orden, que no digo yo que no. Lo importante es que creo que aprendieron varias cosas. Primero, que puede haber varias traducciones igual de buenas del mismo original. O igual de malas, ya puestos. Segundo, que el lector medio no es tan tonto como su medianía podría hacer pensar, así que sabe que está leyendo una traducción de una lengua que se habla en otro pueblo, ergo que los personajes pueden hacer cosas raras, como que les case un obispo de Israel o que celebren la boda con sacrificios humanos y comiendo jamón de prójimo. Tercero, que lo importante es que su traducción sea coherente y que, si no lo digo reviento, fluya. Cuarto, que puedan defender razonablemente su traducción para que cuando cualquier botarate del tuíter les diga «LOL, ke trad. + chunga la de X por Y» o como se diga en la germanía actual, ellos puedan explicar que lo han traducido así por esto y por lo otro y bla, bla, bla, de forma que el imbécil de turno les replique a su vez: «No te agas el ofendidito. Kién t as creído. Zasca!» y entonces lo bloqueen y aquí paz y después gloria.

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El descanso del can

Can dudando de si para la derecha o para izquierda antes de echarse una merecida siestecillla

Llevo una temporada dando más vueltas que un perro para echarse y de ahí que tenga este cuaderno de bitácora, mudo testigo de mis cuitas y tribulaciones, un tanto descuidadillo. O «excusa no solicitada, acusación manifiesta», que decía mi amigo Antonio y que hay quien lo dice en latín también, que es más elegante y curil preconciliar.

La cosa es que me he metido en uno de esos proyectos que nos obligan a hacer en la universidad so pena de fusilamiento inmediato seguido de ahorcamiento parcial, destripe, descuartizamiento, escarnio y privación de uso de toga en las solemnes aperturas y clausuras de curso y es un mareo que no veas. Lo de preparar el proyecto, digo, lo del descuartizamiento debe de ser hasta peor.

Lo normal en mi facultad es que uno se apunte a algo que ya están haciendo otros. Otros que, si no te deben algo como Bonasera a Vito Corleone (don), no ven con muy buenos ojos tus aproximaciones. «Oyes, que como soy del departamento de español y estáis haciendo un proyecto de jardinería hidropónica en naves a Marte, que si puedo echaros una mano en algo y me apuntáis como investigador en el proyecto». Que no me extraña si te mandan a tomar viento fresco. Así que tienes que replantearte la forma de pedírselo: «¿Tú no querías que tu niño fuera de Erasmus a la Autónoma de Benidorm? Pues te advierto que traducir toda la documentación en una agencia te va a salir por una pasta y vas a tener que olvidarte de cambiar el lavavajillas y del implante de pelo. A lo mejor yo podría solucionártelo». Y con tan amable sugerencia igual consigues que te dejen echar agua con un fufú (Mª Jesús dice «frús-frús» que, evidentemente, no es lo normativo) a las florecillas que le llevan en mayo a la Virgen de Marte.

Otra posibilidad es que pienses tú algo. Y, claro, lo primero que tienes es que pensarlo. «Me gustaría hacer un proyecto en colaboración con la ONU para lograr la paz mundial y erradicar el hambre». Mal asunto si empiezas con objetivos tan ambiciosos porque en los formularios que tienes que rellenar te piden que pongas plazos y que definas los objetivos y tal. Y como igual te dan tres años, es, digamos, peliagudo que pongas fechas muy concretas: «fecha prevista para la declaración de la paz a escala planetaria: 28 de febrero de 2024». No sé que opinará el funcionario de turno, aunque al final a nadie le importa un pito si cumples los objetivos o no. Y ¿qué entiendes por «paz»? ¿Eso que te tumbas debajo de un olivo oyendo a las chicharras y piensas «¡qué paz y qué caló!»? ¿O la ausencia de conflictos armados entre países o comunidades de vecinos?

Mejor que seas más modesto: «Análisis de resultados del uso de aislamientos que apaguen los gritos del niño de los vecinos de arriba en la paz mental de los vecinos del inmueble sito en mi casa del 15 al 16 de diciembre de 2022». Eso está mucho mejor y tendría visos de que te lo aceptaran, pero te queda mucho camino por andar. Lo primero es meterte en la página web de la universidad para ver qué necesitas para que te lo admitan como proyecto. Se comenta que si entiendes todo lo que piden a la primera aparece una ventana secreta que te informa de que te han concedido una beca en el MIT con Chomsky, pero que nadie lo ha conseguido hasta ahora.

Total, que te vas a preguntar y te encuentras como Astérix, mandándote de información al centurión de calendas, de allí al sargento de guardia, al guardia de la porra, a la porra directamente, a la dirección que no consta abajo, etc. En la universidad, por lo menos, tienes la suerte de que los que llevan este tipo de servicios suelen ser profesores (también), así que puedes tenderles una celada al salir de clase. Lo malo es que la mayor parte de lo que te diga será sistemáticamente desmentido por el funcionario al que le tienes que llevar luego los papeles.

«¿Cómo? ¿Que no trae la partida de bautismo ni la cartilla militar? Pues me parece que no se lo voy a poder aceptar. Y tiene que firmar los formularios con tinta roja, es decir, sangre, pero que sea de virgen, extraída en noche de luna llena y tipo AB con errehache negativo. Traiga también una fe de vida y una declaración jurada, mínimo por Dios y por la Virgen porque se necesitan dos avalistas. Además, se requiere que vaya a empadronarse a Belén montado en una burra. No sé cómo no le ha explicado todo esto el profesor responsable, si es de conocimiento general y mandamos el otro día una circular en sánscrito por el sistema en clave de Enigma». Etc.

Se me había olvidado que, antes de llegar a ese punto, tus compañeros, incluido el profesor ese al que has pillado al salir de clase (él) te dan grandes ánimos para que no desfallezcas. Lo mínimo que puedes oír es «ese tipo de proyectos nunca lo aceptan». Otros comentarios motivadores son: «ni se te ocurra presentar eso así si no quieres que te den capones por los pasillos»; «nunca en la Historia de la Humanidad, ni en la Prehistoria de los grandes paquidermos tampoco, se había oído tal cúmulo de despropósitos»; «ja, ja, ja»; «no digas gilipolleces, por favor», etc. También hay quien se echa a llorar, de pena por ti o porque ya intentaron hacer algo parecido en su momento.

Digamos que ya lo tienes todo y decides que participe un número limitado de estudiantes porque si solo eres tú y, con suerte, un doctorando al que has pillado desprevenido no queda muy bien, pues tienes que volver a hacer más papeles y rellenar más formularios, por ejemplo pedir permiso a la comisión de ética para no sé qué rollo de protección de datos, no los tuyos (ejemplo rigurosamente cierto; por cierto, ignoraba que en la universidad hubiera una comisión de ética), y otras tropecientas mil cosas. Cuando por fin lo tienes todo, bueno, en realidad, antes de tener nada, les expones tu idea a los estudiantes, que responden entusiastas. Eso sí, el día de la primera reunión aparecen los cinco de siempre: la que se apunta a un bombardeo y sus dos enamorados absortos en semejante belleza, los dos jevis que necesitan unos créditos extra y la otra que es la única que al final responde a las encuestas (me han salido seis, pero eso también es normal). Pero, bueno, tampoco a los de las plantas de Marte les hacían cola para participar, así que no está tan mal. Por lo menos hay un número impar de participantes para los desempates (tú, el doctorando despistado y la realizadora entusiasta de encuestas).

En fin, ya les iré informando impuntualmente de cómo va el asunto (y de qué es, que no lo he dicho). Eso sí, cuando deje de dar vueltas como perro para echarse, me voy a quedar como si me quitaran pulgas.

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Un folio holandés

Jo, pesan más las resmas estas que una vaca en brazos

Como guardo como borradores las chorradas que se me ocurren, a veces me encuentro con cosillas que se me habían olvidado; un poner, esta que sigue. Se ve que estaba un poco molesto con alguna editorial:

Leer el trujamán de David Paradela «Traducir a la letra: Q de querella», aparte de que me trajo a la memoria Querelle, película plasta donde las haya, al menos cuando la vi porque, como podrán imaginar, no se me ha ocurrido volver a verla, me hizo pensar en cuánta razón tiene el amigo Paradela al comentar cómo muchas veces los traductores nos quejamos injustamente de críticos, editores y correctores. No siempre es cierto que nos falte razón, sin embargo.

Por ejemplo, yo solo recuerdo quejarme de un crítico, precisamente porque su crítica fue muy injusta. Tampoco me hace falta recordarlo mucho porque lo saco a relucir cada poco tiempo con una insistencia rayana en la pesadez. Los críticos que me han alabado me parecen personas de muy acertada apreciación estética, justos y objetivos, todo hay que decirlo, porque sin duda soy un traductor muy bueno, medianamente alto y ahora encima ya no uso gafas, que me dejé una pasta en la operación de cataratas, que se debieron de creer que era yo el Niágara ese. El resto, la mayoría, me da más o menos igual porque ni me mencionan y yo, a pesar de lo que se dice, prefiero que no hablen de mí a no ser que sea bien.

En cuanto a correctores y editores (en el sentido de editors), creo que siempre que he podido me he llevado bastante bien con ellos. Y digo lo de «siempre que he podido» refiriéndome sobre todo a los correctores porque las editoriales ocultan su identidad (sus identidades) como si fueran testigos protegidos de esos que componen gran parte de la población de los pueblitos del los EE.UU. de América, aunque luego siempre los pillan por llamar a su anciana madre o a cualquier otro familiar. Muchos de los correctores que he conocido, casi todos por correo electrónico intermedio, es decir a través de la editor (-a, no tengo yo la culpa de que en inglés no tenga género) para preservar su localización geográfica, han resultado ser, además, traductores, así que todo quedaba en casa. Además, que los correctores, por lo que veo, suelen ser unos profesionales de tomo y lomo (aunque no tengan nada que ver con los títulos, que es lo que aparece en el lomo de los tomos) de los que he podido aprender muchísimo por lo general, es decir, cuando te dan la posibilidad de ver las correcciones (no siempre: «no te preocupes, son sólo unos errores de tipografía y tal») o tiempo para verlas con tranquilidad (creo que nunca). Lo normal es que si has traducido un tocho de, digamos, tropocientas páginas a lo largo de quince años y seis meses y un día, la editorial te mande las galeradas para que le eches un vistazo a las correcciones sin indicártelas en un plazo máximo de tres días porque andan un poco retrasadillos, porfaplis.

Lo mismo puedo decir de las editors con las que he trabajado y pongo el artículo en femenino porque casi siempre han sido mujeres con alguna honrosa excepción. Estoy seguro de que el futuro de la especie humana descansa en manos de las editoras (y las excepciones varoniles) porque tienen una paciencia que debe de hacer de ellas excelentes progenitoras. Cuando yo ya estuviera a punto de estampar al niño en la pared como una calcamonía, ellas (y ellos) se las apañarían para templar gaitas. Pasa como con casi todo: tú estás traduciendo un único libro y para ti es la mar de importante, así que no tienes muy en cuenta que ellas igual están editando dos mil quinientos al semestre, pobreticas mías. Y estoy convencido de que tiene que haber bastantes autores (fíjense cómo me desmarco) bastante plastas.

El gallo canta ligeramente distinto cuando se trata de algunos editores en el sentido de publishers porque pueden ser la repera. En los últimos días he estado manteniendo un trato epistolar con varios y sus comunicaciones, dentro de la más exquisita educación y las mejores formas, podrían resumirse en el siguiente mensaje-modelo, y no me digan que exagero porque ya lo sé, pero es a modo de ejemplo, para que todos los niños lo entiendan:

Hola! (Nombre del traductor),

Queríamos consultarte sobre tu disponibilidad porque es posible que tengamos una novela de novecientas páginas para traducir. No es del todo seguro, pero sólo nos falta concretar unos detalles. Es decir, nos gustaría que dejaras todo lo que estés haciendo y te sientes a esperar a que contratemos el libro. Querríamos tener la traducción lo antes posible, es decir, para antes de Navidades, pero no nos la mandes después del puente de la Constitución/Inmaculada (táchese lo que no proceda según se sea más seglar o infante religioso) porque estaremos muy liados. Sabemos que, como estamos a mediados de noviembre, no es mucho tiempo, pero pensamos sacarla para Semana Santa del año próximo, así que necesitaríamos que estuviera lista, como tarde, el uno de diciembre. Como el autor todavía no ha terminado de escribirla, podemos ir mandándote unos post-it en los que está apuntando lo que se le ocurre; también tenemos unos tickets del supermercado detrás de los cuales hay un esquema de la estructura, o igual es una lista de la compra.

Como queremos que nos den unas subvenciones para la edición, la traducción, el papel, el material de oficina y unos bocadillos de mortadela, te mandamos unos contratos para que nos los devuelvas firmados con sangre a la mayor brevedad posible. Notarás que la fecha de entrega de la traducción aparece como pasado mañana, pero no te preocupes, que es sólo para cumplir con el plazo de presentación de solicitud de las subvenciones a la UE, la UNESCO, la ONU, la FAO y más abecedarios. Tampoco te preocupes por la cláusula en la que dice que el incumplimiento de la fecha de entrega será castigado con treinta años de trabajos forzados en la Guayana Francesa porque es del contrato estándar.

En cuanto a los honorarios, hemos pensado pagarte mil pelas por cada folio u holandesa DIN A4 de 2.100 caracteres. Es decir, cada 2.100 caracteres del cuenta cuentos del Word, lo consideraremos un folio u holandesa, que hay quien llama de las dos formas a una hoja de papel. Habrá que excluir los espacios en blanco, los márgenes y los signos de puntuación, puesto que no se considera traducción estrictamente (un punto es siempre un punto). Éste es el recuento estándar también. Lo mejor es que así la novela se queda sólo en unas setecientas páginas de las novecientas previstas y podrás tenerla sin problemas para la semana que viene, como hemos hablado. Tendremos que deducirte los gastos de emisión de contrato, las pólizas, el papel timbrado y otros gastos administrativos, por supuesto, así como los famosos bocadillos de mortadela. El pago se realizará en el trimestre posterior a la primera luna llena del solsticio de verano en caso de coincidencia con las calendas griegas de termidor, y el noventa por ciento restante en cómodos plazos si podemos y nos viene bien.

Te rogamos que tengas en cuenta la situación de crisis en que nos encontramos. Sin ir más lejos, en el ejercicio pasado no pudimos cumplir las expectativas de venta de chiquicientos millones previstas por el cuñado de nuestro CEO y sólo vendimos por valor de ochocientos mil trillones, lo cual supone unas pérdidas en contabilidad de muchicientos quilos. La culpa de todo es de la piratería porque todo el mundo piratea. Eso supone que, a una media de libro por mes, en un país como España, de unos cuarenta millones de habitantes, hemos dejado de vender cuatrocientos ochenta millones de ejemplares porque, como he dicho, todo el mundo piratea. Este año está previsto que nuestras ganancias netas no superen las previsiones, lo cual supone grandes pérdidas. Nuestra única oportunidad de recuperarnos y de que, por lo tanto, la industria cultural española en su conjunto pueda sobrevivir, consiste en que tengas la traducción para este viernes a ser posible y renuncies a tus exigencias de que te extendamos los plazos. En caso contrario, no nos quedará más remedio que deslocalizar los servicios de traducción y llevarlos a Taiwan, con lo cual serías cómplice del aumento del paro juvenil en nuestro país.

Un afectuoso saludo,

Fú Manchú

Como he dicho, exagero, pero la idea es ésa. No es raro que se te pidan plazos absurdos y que se hagan los cálculos de folio por caracteres, con lo que es como si todas las páginas de la novela que estás traduciendo estuvieran replenas de letruja chiquitilla sin un maldito blanco. Es lo que el personal llama contrato-lentejas, porque no suele haber mucho margen de negociación. Y, si no vendes tu primogenitura y lo dejas, tendrás tú la culpa. Tendrías que estar satisfecho de tener la posibilidad de ser un agente cultural, que muchos otros niños no la tienen.

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Las que las adornan

«To pa ti el jarrón, por haber sido buena». «¿Por qué te has molestao? Muchísimas gracias». «Las que te adornan».

Empieza el curso y con el desempolve de plumieres y cuadernos, el forrado de libros, las gomas de nata, los rotuladores de colores que dejarán una huella indeleble en tu camisa y/o pantalón, o, si eres profe como yo, el desempolve de cuadernos de programaciones y cuadernillos de notas, bolis rojos porque los estudiantes te tomaban el pelo por corregir con verdes, rotuladores de pizarra que dejarán una huella indeleble en tu camisa y/o pantalón, etc., que ya me estoy hartando… Empieza el curso, decía, y antes de que quieras darte cuenta ya tienes encima S. Jerónimo.

¿Y a mí qué S. Jerónimo?, me dirán ustedes los que no sean del gremio. Caramba, pues que S. Jerónimo es el patrón de los traductores y es santo porque se fue al desierto a traducir la Biblia al latín y un león le hacía la compra diaria o algo así, que no me acuerdo muy bien y lo pueden mirar en la güiquipedia, si me hacen el favor. Como es el santo de los traductores, se celebra en todo el orbe, no solo católico, sino, un poner, también aquí en Turquía, aunque no creo que tengan muy en cuenta lo de la santidad, la Vulgata y todo eso, que más bien les importa un pito (de los de soplar, y no me sean mal pensados).

La verdad es que los musulmanes llevan muy mal lo de entender el día del santo, o el santo del día, y eso que al final se ha llegado a una especie de compromiso con los cristianos locales llamándolo «día del nombre». Los que tienen cierta idea saben que un día del año celebramos cómo nos llamamos, pero no tienen muy claro por qué nos ha dado por ponerles nombres a los días, que ya los tienen, como lunes, martes, etc., e incluso un número, del uno al treinta en septiembre, con abril, junio y noviembre, los demás treinta y uno, menos febrerillo loco, ya saben (espero no dejarme ninguno). Bueno, vas tú y les explicas que la Iglesia, que tiene sus doctores, en su sabiduría va dedicando días a distintos santos y mártires para que ninguno se cabree y para que así la gente, si no sabe qué nombre ponerle al niño, le ponga el santo del día y sigan vivos nombres tan bonitos como Fulgencio, Acisclo, Domiciana, Indalecia, o, en mi familia, Felicidad, Hilario y varios Desiderios, en lugar de Hugos o Yusnabys a la moda. El problema es que entonces se creen que es algo muy religioso y te preguntan si va toda la familia junta a misa o algo así, como me han preguntado varias veces, y te ves en la obligación de decepcionarles y confesarles (verbo usado a propósito) que el día de tu santo no solo no vas a misa, sino que ni te pones cilicio ni quemas unos herejes ni nada.

Uy, con tanto rollo el santo se me ha ido al cielo totalmente, miren por dónde. Vuelvo a encarrilarme. El día de S. Jerónimo, también llamado treinta de septiembre, los traductores celebramos que lo somos, aprovechamos para quejarnos de las tarifas y de la falta de visibilidad y nos congratulamos de serlo; de ser traductores, no invisibles, que tendría sus ventajas, pero que se dice en plan más bien metafórico. Y, ya puestos, nos damos premios entre nosotros. De hecho, este año más o menos por esa fecha se anunciaron los premios nacionales en España y, aparte del que le han dado a Paco Sordo por ese tebeazo que es El pacto, me ha alegrado mucho el de Juan Gabriel López Guix, que para eso es amiguete y tal. Por cierto, me ha sorprendido mucho ver la cantidad de obras traducidas y escritas que tiene —por ahí dicen que más de ciento veinte— y encima no todas son variantes de Alicia en el País de las Maravillas. Enhorabuena, amigo.

El premio de Juan Gabriel es el que dan a la obra de un traductor, así en singular lo de la obra, opus y no ópera, por aquello de que es el conjunto de todo lo que has hecho desde que naciste como si fuera un todo, como lo del totus tuus, o sea, como el Óscar honorífico. Lo malo de estos premios es que hasta cierto punto te están llamando momia prehistórica o que sugieren que ya tienes un pie en el otro lado: «Vamos a darle un premio ya, que como nos descuidemos, tenemos que dárselo a la viuda y los premios póstumos no valen según las normas y quedaríamos peor que la Mohosa». La verdad es que no lo hacen por eso, pero, qué quieren que les diga, se te queda la mosca detrás de la oreja.

Les cuento todo esto porque a mí me han dado uno parecido aquí en Turquía. Un día me llamó una colega para decirme que quería proponerme para el premio honorario u honorable de la Asociación de Traducción, que en turco no rima tan malamente porque se llama Çeviri Derneği. Esta asociación es como nuestra Asetrad o así, es decir, que agrupa a todo tipo de traductores y no solo de libros —la que corresponde a nuestra Acett se llama Çevbir— y por eso dan un porrón de premios cada año, desde especialidades de traducción técnica hasta interpretación en lenguaje de signos (¿es eso interpretación o traducción?), pasando por interpretación de conferencias, traducción audiovisual, localización y un montonazo de cosas más que no me voy a poner ahora a enumerar. El premio honroso u honorífico tiene en este caso más delito porque tienen otro para traductores jóvenes, así que tienen uno para aquellos que están empezando en la vida profesional y otro para los que ya no van a dar más de sí porque les queda poco, como yo.

Por supuesto, cuando me llamó la colega para avisarme de que iba a proponerme se lo agradecí mucho y al rato se me olvidó porque no se me pasó por la cabeza que se lo fueran a dar a un extranjero —la otra asociación no lo hace, como (casi) todas—. Así que cuál no sería mi sorpresa cuando tiempo después me llama la presidenta de la asociación —otra colega— para comunicarme que me lo habían concedido. Ya se habrán dado cuenta de que los tres nos conocíamos, como seguro que conozco a bastantes de los demás miembros de la asociación que en algún momento hayan tenido relación con el departamento de traducción de nuestra facultad. Yo pertenezco al de lenguas occidentales, pero me llevo bastante bien con ellas y bastantes /-os, aunque ahora nos tratemos menos por cuestión de horarios incompatibles. Pero entonces, me dirán ustedes, prácticamente jugabas en casa… Pues es peor todavía porque la primera compañera había traducido al turco un artículo mío sobre la literatura turca existente en español y había visto que yo había traducido, si no la mitad, sí casi un tercio del total de obras. O sea, que se lo había metido por los ojos como quien dice. Pero bueno, no es de eso de lo que quería hablar.

De lo que sí quería hablar porque fue lo que más me impresionó, es de que ambas en sus sendas llamadas telefónicas me daban las gracias a mí y además por mi servicio como si hubiera hecho una especie de larguísima mili por la literatura turca en castellano. Ya sé que en turco lo dicen así y probablemente yo lo tradujera por otra palabra si tuviera que hacerme una traducción jurada, que posiblemente escribiría «trabajo», «esfuerzo» o algo parecido. Me emocionó un montón, oyes, porque es muy fuerte que unas colegas te agradezcan tu servicio a la literatura de su país, y tú por ahí diciendo que eres un traductor mercenario porque traduces lo que te echan. A partir de ahora no lo digo más, por estas. En fin, que lo único que me salía decir era algo que repetía mi hermana Carmen cuando le dábamos las gracias por algo: «Gracias las que te adornan». Luego vi una versión reducida en un fragmento de una película mexicana: «Las que lo [la/los/las] adornan», que es igual de hortera. Pues es verdad, aunque sea hortera: ¿Gracias? Las que os adornan, compañeras.

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Delenda est libro

No se hace usted idea de lo que me cobran por el almacenaje de los libros

Hablaba mi admirada Lorzagirl de cómo las pequeñas editoriales independientes lo llevan muy malamente sobre todo si publican a autores poco o nada conocidos. Ignoro si existen editoriales independientes grandes, pero supongo que sí, si lo que quiere decir es que no pertenecen a ningún grupo internacional tipo Spectra o Los Pollos Hermanos.

El problema, y supongo que ya habré hablado de él unas cincuenta mil veces porque me repito más que el pepino, es que las grandes editoriales ocupan el espacio en las mesas de novedades de las librerías, bueno, digamos gran parte del espacio, como si fueran niños grandullones que pegan codazos y hombrazos a los otros en la cola del autocar para llevarse el mejor sitio o confabularse en el asiento de atrás para planear sus maldades, relegando a los otros niños a los asientos de delante, más próximos al conductor, con el riesgo de que les vea, y a los libros más debiluchos a alguna estantería que no por ser de novedades deja de ser estantería, con el riesgo de que no se les vea.

Las estanterías, aunque parezca una perogrullada, obligan a poner los libros verticales, es decir, de canto, con lo que el sufrido visitante de la librería tiene que ir torciendo el cuello de un lado para otro porque hay libros que siguen la costumbre y el uso europeo de poner el título de abajo arriba y otros los anglosajones de arriba para abajo. Por cierto, por una vez estoy más de acuerdo con los pérfidoalbioneses porque, como da más o menos igual para arriba que para abajo, su sistema permite leer el lomo (no adobado) del libro tanto en posición vertical como horizontal a no ser que lo pongan boca abajo.

Sin embargo, un libro en una mesa, o libro en mesa que diría un refrán, muestra la cubierta con sus dibujicos y sus fajas y llama mucho más la atención sin necesidad de desnucarse. He de confesar que yo me he comprado más de un libro por la cubierta y a veces me he llevado una sorpresa la mar de agradable, como me pasó con Los desposeídos de Ursula K. Le Guin y Hierba de Sheri S. Tepper, que me compré aquí en Estambul en inglés y luego en español varias veces para ir regalándolos. Sin embargo, si cualquiera de ellos hubiera estado en una estantería no le habría visto el dibujico e igual no me lo compro, especialmente Hierba, que con ese título habría pensado que se trataba de alienígenas (era una colección de ciencia-ficción) mariguanos.

Pero si lo pones de canto en un estante entre otros cuarenta, a ver quién es el guapo que se compra, digamos, un libro con un título tan poco atractivo como El flexo de la mesa de un tal Marcelino Panicirco, que no lo conoce ni su madre y nunca mejor dicho porque es un seudónimo. Pues quizá (-s) resulta que te has perdido la nueva revelación del siglo, oyes, o ni eso porque, como nadie se lo lee, ¿quién lo va a revelar? A lo mejor/peor al pobre Marcelino le pasa como a John Kennedy Toole con el agravante de que a él sí lo han publicado (a Marcelino). ¿Cómo los libros de mi editorial, Lágrimas de cocodrilo, van a competir en las mesas de novedades con los de grandes editoriales como Tyrell Corporation o Skynet, que regalan mecheros y mantecaos en Navidad a los libreros y además dan ejemplares a importantes periódicos como el Hola, es lunes para que se los critiquen (positivamente) y así los hipotéticos lectores puedan ir a tiro hecho? La prueba es que todos los libreros tienen anécdotas del tipo: «El otro día vino un señor y me pidió el libro ese azul boniato que sale en el periódico». Pues si no sale en los media misa (mass media), al estante de patas. Y seguro que los mismos libreros no tienen anécdotas de clientes que se compraron un libro porque tenía el lomo bonito. Porque lo tenía de un color que pegaba con las cortinas, sí, pero es dudoso que dicho libro sea susceptible de ser leído.

La solución, por llamarla de alguna manera, que proponía Lorzagirl es que vayan ustedes a la librería del barrio y les pidan opinión e información, que para eso son vecinos. Pero, claro, ¿qué pasa cuando en tu barrio no hay librerías? ¿O cuando, como yo, vives en el quinto pino de otro sitio y no estás al día y quieres comprarte algo de tu país de origen? Menos mal que existen las redes sociales y así puedes oír los consejos de otros friquis con los mismos gustos que tú (a los otros, los bloqueas) y enterarte un poco. Si no, ¿cómo habría sabido yo de la existencia de Lorzagirl, sin ir más lejos?

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Tumbarse a la bartola

Ya te digo, traduje un libro la mar de entretenido y no he vuelto a dar un palo al agua. También soy rico, pero no tiene nada que ver

Hace unos días una colega (no me acuerdo de quién) decía que se las había hecho muy felices porque el libro que tenía que traducir era muy cortito, pero que resultó ser un plomazo —quizá dijera «un tostón»— y su traducción una tortura fumanchunesca. Sí me acuerdo de que Pilar Ramírez Tello, muy diplomática, comentaba que no todo lo que tenemos que traducir nos gusta. Pues sí, así es, señores míos. No todo lo que tenemos que traducir nos gusta siempre porque a veces son unos tostones de a quilo y traducirlos es como un parto chungo, bueno un parto no sé cómo es, pero lo he visto en la serie esa de las comadronas, y, si no, como un duro estreñimiento. Eso sí, como somos grandes profesionales, por muy estreñidos que estemos traductológicamente, el resultado nunca es una caca, sino que huele a gloria bendita, que ya me había dado cuenta de que se podía hacer un chistecito.

No sé por qué la gente, especialmente en su vertiente juvenil de estudiantes, piensa, cree, supone, etc., que todo consiste en que te lees un libro que cambia tu vida radicalmente, digamos que te conviertes al harekrishna, y que entonces lo traduces lleno de entusiasmo para transmitir a todo quisqui urbietorbi la buena nueva y se pasen al harehare. De entrada, debería quedar muy claro que el entusiasmo se enfría una miaja a las trescientas páginas. Por eso estaba tan feliz la colega que mencionaba al principio. De todas formas, si traduces un libro porque te gusta y no porque te lo han encargado, o tienes una editorial y te lo publicas tú después de buscar a los agentes o herederos del Sr. Krishna, o cuando acabes, lo imprimes y lo metes en un cajón para que coja moho mientras escribes a cuatrocientas ochenta y tres editoriales que, sistemáticamente, te lo rechazarán. Eso sí, luego le publican el libro al primo de un pariente del agente literario que les invitó a unos gin-tonics en Frankfurt. Gin-tonics como es debido, claro, y no esos globos llenos de hielo que los anglos, dicen, llaman Spanish gin-tonic. Ahora bien, si después de leer con fervor el libro y antes de traducirlo, esto último es muy importante, eres tú el que invita a los gin-tonics al editor y, como son de los antiguos, de Larios, al segundo ya está la mar de contento y al tercero trompa perdido, entonces sí que tienes posibilidades de que te lo encarguen y andespués lo publiquen.

Lo normal es que estés mano sobre mano entre libro y libro, si no tienes otra profesión como la de profesor, que entonces aprovechas para corregir ejercicios y preparar programaciones y esas cosas, o de, qué sé yo, que tu padre tiene una casquería y te entretienes en colocar bien los ojos de las cabezas de cordero y en colocar las asaduras, blancas a un lado, negras al otro. Entonces, como de sopetón, una editorial te propone que traduzcas un libro. Como te dicen las páginas para que no te hagas ilusiones con el pago, ya sabes si es gordo o no. A partir de ese momento pueden pasar muchas cosas, pero lo más normal es que, si no conoces de antemano el autor o la obra, te informes un poquillo. O no, si te gustan las sorpresas, aunque yo no lo haría. Si ya te suena el libro de algo, igual hasta lo has leído, la cosa tiene menos emoción: si te ha gustado, estupendo (relativamente); si no, o rechazas la oferta o, si quieres comer caliente, te fastidias y te armas de valor. Si te ha gustado mucho, cabe la posibilidad de que cuando lleves quinientas páginas traducidas que has leído cinco o seis veces cada una, ya no te guste tanto.

El caso ideal es que te mandan el libro, te lo lees, te encanta, lo traduces en éxtasis, encima es corto, la traducción te queda como para cantarle una saeta y además te pagan unos pluses por entregarla el día de tu santo. Esto último nunca me ha ocurrido, pero no pierdo las esperanzas. Es algo que pasa, ojo, ¿eh?, que no es que me lo esté inventado, no lo del santo, que te apasione lo que traduces. Yo, por si acaso y al contrario de lo que siempre digo cuando tengo que darles una charla sobre traducción a los estudiantes, nunca me leo el libro con antelación. ¿Por qué? Porque si es un tostonazo, voy a empezar a traducir malamente, todo amargao, en plan ¿y cuánto queda? Además, si es policiaco, un poner, te enteras de quién es el asesino y pierde mucha gracia. De todas maneras, recuerden que soy de familia de médicos y «del médico, lo que dice (y no lo que hace)».

Lo malo es cuando el libro, además de aburrido, está bien escrito. ¿Cómo?, se preguntarán ustedes con toda razón. ¿Pues no será mayor la tortura cuanto peor escrito esté? Bueno, por lo menos, cuando está mal escrito te entretienes cabreándote, resoplando y enmendándole la plana. Esto es importante porque, total, todo el mundo te va a echar la culpa de que esté mal escrito porque ¿cómo iba a publicar nadie en su sano juicio semejante adefesio? Ojo, no olviden el poder de los gin-tonics. O sea, que como van a decir que es culpa del traductor, es moralmente lícito que le eches un apañiyo y así te entretienes. Pero si está bien escrito, todo es «¿Cuánto queda? Quiero hacer pipí».

¿Y qué me dicen de las víctimas colaterales? En otro lugar he contado lo del amigo que me soltó en tolmorro que le habían dicho que yo traducía unos plomos de impresión, con lo cual estaba confesando que no los había visto ni por el forro ni por la cubierta. Sin embargo, la pobre Mª Jesús, a modo de bienes gananciales, se ha convertido en mi correctora (es muy prudente en eso) y primera lectora y se traga cada tostonazo sin comérselo ni bebérselo que no veas. Menos mal que con lo que me pagan la invito a pipas. Cuando tú eres el traductor, en general el libro acaba interesándote por aquello de que los árboles no dejan ver el bosque. Pero cuando pasabas por allí y te obligan a contemplar el bosque en tida su exuberante naturaleza no precisamente amena…

En fin, no quiero aburrirles demasiado a ustedes, así que voy terminando. Había alguien que nos acusaba a los traductores de copiar un librillo y tumbarnos a la bartola a cobrar los royalties para no dar un palo al agua para siempre jamás en lugar de hacer un trabajo aburrido de nueve a cinco, y no andaba muy fino el buen señor, porque también nosotros nos aburrimos y hacemos trabajos que no nos gustan, aunque quizá no de nueve a cinco. A veces más y a veces menos. Y, desde luego, demostraba no haber cobrado un medio por ciento de regalías en su vida.

Pero nadie te dice que traduces cosas muy aburridas si lo que haces son partidas de bautismo, fes de vida y cartillas militares, sobre todo si las juras por tu madre y por la autoridad que te concede el ministerio del ramo y por las que puedes cobrar un pastón. Se ve que las penas con pan son menos, y los tostones con pasta de por medio, también.

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