Variedades culturales (o cultismos variacionales o variétés culturetas)

Como le cuento, oiga, estaba al pie del altar con mi mantilla de encaje y ahí mismo le mandé a tomar viento fresco

Hace unos días les contaba lo del proyecto que estamos haciendo con unos estudiantes y hoy me gustaría hablarles un poquillo más del asunto. No de qué va el proyecto en sí, que lo dejo para otro momento, que ya se lo contaré, palabrita del niño Jesús, cuyo aniversario cumpleañesco celebramos hace unos días, concretamente dos o tres porque vivo en un barrio multicultural donde, aparte de musulmanes y judíos, que no lo celebran ni siquiera conmemoran, habitan también griegos ortodoxos (pocos), extranjeros católicos (incluyendo árabes, no se crean) y protestantes (sobre todo africanos) que lo festejan el veinticinco de diciembre, y armenios gregorianos (bastantes) que lo hacen nuestro día de SS. MM. los RR. MM., e incluso rusos y ucranianos recién llegados (más o menos) que creo que lo celebran el siete, es decir nuestro boxing day, fecha amarga donde las haya porque al otro día hay cole. Bueno, la verdad es que nosotros hemos tenido cole todos los días o, más concretamente, exámenes, pero eso es harina de otro costal. En suma, que ya les contaré lo del proyecto en otro momento.

Como pueden suponerse, va de traducir. Y, también como pueden suponerse siendo ellos estudiantes y nosotros sus venerados maestros, tanto en el sentido de quien enseña una ciencia, arte u oficio, que de todo tiene la traducción, como en el de «seño, seño», aunque no creo que todavía se siga diciendo, porque también ejercemos un poco de paño de lágrimas u hombro en el que apoyar sus cabecitas, como decía aquella canción tan melosa, pero no en el sentido taurino o musical de inclinar la testuz exclamando «¡Bravo, maestro!». Jo, me pierdo con tanta tontería. Se pueden suponer, decía, que quienes traducen son ellos y nosotros opinamos, sobre todo porque más sabe el diablo por viejo que por diablo. Hummm, me pregunto si ahí «Diablo» irá con mayúscula por ese artículo determinado… Como también se supondrán, si son más o menos del gremio, como (ellas y ellos) son jóvenes y sin experiencia editorial, sus traducciones son bastante, cómo diría yo, fundamentalistas por aquello de literales. «Es que según el diccionario Linneorouse el pájaro zwcfgx en español se llama «avecilla catacrás»», te dicen, y entonces les explicas que nadie sabe lo que es el catacrás fuera de la asociación friquista de ornitólogos y que, según el contexto, sería mejor cambiarlo por, pongamos por caso, «pájaro chogüí». Lo malo es que pueden apostarse lo que quieran a que tan desconocido para ellos es el chogüí como el catacrás. No digamos ya el Pájaro Loco. Bueno, con nuestros estudiantes es al revés, del español al turco, pero se hacen ustedes una idea. Y no me meto en la sintaxis.

Aunque no se lo crean, porque realmente es difícil de creer, todos los pegoletes anteriormente mencionados están relacionados porque uno de los temas más peliagudos es, ¡ay!, el de la religión y las costumbres. Estaban los pobreticos míos traduciendo «El encaje roto» de Emilia Pardo Bazán por aquello de que está de moda (la autora) y es de derecho público (su obra) —cuento, por cierto, que les recomiendo leer porque además es muy cortito—, y nada más empezar nos topamos con una boda tan de postín que la celebra nada menos que el obispo de San Juan de Acre. ¡Toma ya, la primera en la frente! ¿Traducir o no traducir «San Juan de Acre»? Hubo quien no lo tradujo porque pensó que sería algún sitio de, probablemente, Galicia; quien sí lo tradujo («Akka») porque se llama así en turco; y quien no lo tradujo por motivos más filosófico-profundos. El debate se planteó ahí porque los defensores de la no-traducción opinaban —no sin razón— que el lector turco medio se iba a quedar un poco turulato si en una boda en, un poner, Pontevedra, Spain aparece de repente el obispo de una ciudad de Israel. Por supuesto, esta opinión presupone una falta de culturilla un tanto seria por parte del susodicho lector, como si un español no supiera lo que es el Decreto de Gülhane, ah, ¿que no? ¿Y la batalla de Manzikert? Bueno, como ven tenían su razón.

No acababa ahí la cosa porque también tuvimos una discusión bastante bizantina (no deja de ser chistoso) con el sintagma «al pie mismo del altar». Primero por la palabra «altar»; ¿traducirla por «mihrab» o por «sunak»? «Mihrab» es el término que se suele usar en arquitectura y que emplean los propios cristianos en turco, pero a parte de los estudiantes les sonaba a mezquita, y no a altar propiamente dicho sino a huequecillo en el muro. Como ven, también tenían su razón en esto. En cambio, «sunak», que es la palabra turca para altar, tiene ciertas connotaciones de sacerdote mexica extrayendo el corazón todavía palpitante del pecho un sufrido tlaxcalteca florido, lo que probablemente habría manchado el vestido de novia de Micaelita Aránguiz, la heroína del cuento. Mal asunto. También hay en esto un problemilla de registro entre el turco-turco y el turco-arabista del que ya hablaré algún día.

El otro escollo era la expresión «al pie de» (-l altar). ¿Realmente se dice así en turco («-in dibinde»)? Porque había quien creía que sonaba como «al pie de las escaleras» o «a sus pies, señora» (eso es cosa mía y está mal) y optaba por un simple «ante» («önünde») o soluciones parecidas. Incluso había radicales que proponían dejarse de pegoletes de altares y pies y traducir por algo así como «ya en la iglesia» o «en medio de la boda», que, qué quieren que les diga, tampoco me parecía muy mal porque se entendía estupendamente.

Había muchos más problemas que nos tuvieron bastante entretenidos. Se me viene a las mentes el tema de los padrinos, que nuestros estudiantes, inocentes ellos y un poco perdidos con lo del obispo de San Juan de Acre, pensaban que eran los padrinos del bautizo de ambos (¿sendos?) contrayentes que siguiendo una tradición católico-pija les acompañaban hasta el pie del altar; o las mantillas de las señoras, que una de las participantes insistió en explicar en nota porque le parecía un elemento cultural de primer orden, que no digo yo que no. Lo importante es que creo que aprendieron varias cosas. Primero, que puede haber varias traducciones igual de buenas del mismo original. O igual de malas, ya puestos. Segundo, que el lector medio no es tan tonto como su medianía podría hacer pensar, así que sabe que está leyendo una traducción de una lengua que se habla en otro pueblo, ergo que los personajes pueden hacer cosas raras, como que les case un obispo de Israel o que celebren la boda con sacrificios humanos y comiendo jamón de prójimo. Tercero, que lo importante es que su traducción sea coherente y que, si no lo digo reviento, fluya. Cuarto, que puedan defender razonablemente su traducción para que cuando cualquier botarate del tuíter les diga «LOL, ke trad. + chunga la de X por Y» o como se diga en la germanía actual, ellos puedan explicar que lo han traducido así por esto y por lo otro y bla, bla, bla, de forma que el imbécil de turno les replique a su vez: «No te agas el ofendidito. Kién t as creído. Zasca!» y entonces lo bloqueen y aquí paz y después gloria.

Acerca de Rafael Carpintero

Traductor y profesor en la Universidad de Estambul
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2 respuestas a Variedades culturales (o cultismos variacionales o variétés culturetas)

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