Como guardo como borradores las chorradas que se me ocurren, a veces me encuentro con cosillas que se me habían olvidado; un poner, esta que sigue. Se ve que estaba un poco molesto con alguna editorial:
Leer el trujamán de David Paradela «Traducir a la letra: Q de querella», aparte de que me trajo a la memoria Querelle, película plasta donde las haya, al menos cuando la vi porque, como podrán imaginar, no se me ha ocurrido volver a verla, me hizo pensar en cuánta razón tiene el amigo Paradela al comentar cómo muchas veces los traductores nos quejamos injustamente de críticos, editores y correctores. No siempre es cierto que nos falte razón, sin embargo.
Por ejemplo, yo solo recuerdo quejarme de un crítico, precisamente porque su crítica fue muy injusta. Tampoco me hace falta recordarlo mucho porque lo saco a relucir cada poco tiempo con una insistencia rayana en la pesadez. Los críticos que me han alabado me parecen personas de muy acertada apreciación estética, justos y objetivos, todo hay que decirlo, porque sin duda soy un traductor muy bueno, medianamente alto y ahora encima ya no uso gafas, que me dejé una pasta en la operación de cataratas, que se debieron de creer que era yo el Niágara ese. El resto, la mayoría, me da más o menos igual porque ni me mencionan y yo, a pesar de lo que se dice, prefiero que no hablen de mí a no ser que sea bien.
En cuanto a correctores y editores (en el sentido de editors), creo que siempre que he podido me he llevado bastante bien con ellos. Y digo lo de «siempre que he podido» refiriéndome sobre todo a los correctores porque las editoriales ocultan su identidad (sus identidades) como si fueran testigos protegidos de esos que componen gran parte de la población de los pueblitos del los EE.UU. de América, aunque luego siempre los pillan por llamar a su anciana madre o a cualquier otro familiar. Muchos de los correctores que he conocido, casi todos por correo electrónico intermedio, es decir a través de la editor (-a, no tengo yo la culpa de que en inglés no tenga género) para preservar su localización geográfica, han resultado ser, además, traductores, así que todo quedaba en casa. Además, que los correctores, por lo que veo, suelen ser unos profesionales de tomo y lomo (aunque no tengan nada que ver con los títulos, que es lo que aparece en el lomo de los tomos) de los que he podido aprender muchísimo por lo general, es decir, cuando te dan la posibilidad de ver las correcciones (no siempre: «no te preocupes, son sólo unos errores de tipografía y tal») o tiempo para verlas con tranquilidad (creo que nunca). Lo normal es que si has traducido un tocho de, digamos, tropocientas páginas a lo largo de quince años y seis meses y un día, la editorial te mande las galeradas para que le eches un vistazo a las correcciones sin indicártelas en un plazo máximo de tres días porque andan un poco retrasadillos, porfaplis.
Lo mismo puedo decir de las editors con las que he trabajado y pongo el artículo en femenino porque casi siempre han sido mujeres con alguna honrosa excepción. Estoy seguro de que el futuro de la especie humana descansa en manos de las editoras (y las excepciones varoniles) porque tienen una paciencia que debe de hacer de ellas excelentes progenitoras. Cuando yo ya estuviera a punto de estampar al niño en la pared como una calcamonía, ellas (y ellos) se las apañarían para templar gaitas. Pasa como con casi todo: tú estás traduciendo un único libro y para ti es la mar de importante, así que no tienes muy en cuenta que ellas igual están editando dos mil quinientos al semestre, pobreticas mías. Y estoy convencido de que tiene que haber bastantes autores (fíjense cómo me desmarco) bastante plastas.
El gallo canta ligeramente distinto cuando se trata de algunos editores en el sentido de publishers porque pueden ser la repera. En los últimos días he estado manteniendo un trato epistolar con varios y sus comunicaciones, dentro de la más exquisita educación y las mejores formas, podrían resumirse en el siguiente mensaje-modelo, y no me digan que exagero porque ya lo sé, pero es a modo de ejemplo, para que todos los niños lo entiendan:
Hola! (Nombre del traductor),
Queríamos consultarte sobre tu disponibilidad porque es posible que tengamos una novela de novecientas páginas para traducir. No es del todo seguro, pero sólo nos falta concretar unos detalles. Es decir, nos gustaría que dejaras todo lo que estés haciendo y te sientes a esperar a que contratemos el libro. Querríamos tener la traducción lo antes posible, es decir, para antes de Navidades, pero no nos la mandes después del puente de la Constitución/Inmaculada (táchese lo que no proceda según se sea más seglar o infante religioso) porque estaremos muy liados. Sabemos que, como estamos a mediados de noviembre, no es mucho tiempo, pero pensamos sacarla para Semana Santa del año próximo, así que necesitaríamos que estuviera lista, como tarde, el uno de diciembre. Como el autor todavía no ha terminado de escribirla, podemos ir mandándote unos post-it en los que está apuntando lo que se le ocurre; también tenemos unos tickets del supermercado detrás de los cuales hay un esquema de la estructura, o igual es una lista de la compra.
Como queremos que nos den unas subvenciones para la edición, la traducción, el papel, el material de oficina y unos bocadillos de mortadela, te mandamos unos contratos para que nos los devuelvas firmados con sangre a la mayor brevedad posible. Notarás que la fecha de entrega de la traducción aparece como pasado mañana, pero no te preocupes, que es sólo para cumplir con el plazo de presentación de solicitud de las subvenciones a la UE, la UNESCO, la ONU, la FAO y más abecedarios. Tampoco te preocupes por la cláusula en la que dice que el incumplimiento de la fecha de entrega será castigado con treinta años de trabajos forzados en la Guayana Francesa porque es del contrato estándar.
En cuanto a los honorarios, hemos pensado pagarte mil pelas por cada folio u holandesa DIN A4 de 2.100 caracteres. Es decir, cada 2.100 caracteres del cuenta cuentos del Word, lo consideraremos un folio u holandesa, que hay quien llama de las dos formas a una hoja de papel. Habrá que excluir los espacios en blanco, los márgenes y los signos de puntuación, puesto que no se considera traducción estrictamente (un punto es siempre un punto). Éste es el recuento estándar también. Lo mejor es que así la novela se queda sólo en unas setecientas páginas de las novecientas previstas y podrás tenerla sin problemas para la semana que viene, como hemos hablado. Tendremos que deducirte los gastos de emisión de contrato, las pólizas, el papel timbrado y otros gastos administrativos, por supuesto, así como los famosos bocadillos de mortadela. El pago se realizará en el trimestre posterior a la primera luna llena del solsticio de verano en caso de coincidencia con las calendas griegas de termidor, y el noventa por ciento restante en cómodos plazos si podemos y nos viene bien.
Te rogamos que tengas en cuenta la situación de crisis en que nos encontramos. Sin ir más lejos, en el ejercicio pasado no pudimos cumplir las expectativas de venta de chiquicientos millones previstas por el cuñado de nuestro CEO y sólo vendimos por valor de ochocientos mil trillones, lo cual supone unas pérdidas en contabilidad de muchicientos quilos. La culpa de todo es de la piratería porque todo el mundo piratea. Eso supone que, a una media de libro por mes, en un país como España, de unos cuarenta millones de habitantes, hemos dejado de vender cuatrocientos ochenta millones de ejemplares porque, como he dicho, todo el mundo piratea. Este año está previsto que nuestras ganancias netas no superen las previsiones, lo cual supone grandes pérdidas. Nuestra única oportunidad de recuperarnos y de que, por lo tanto, la industria cultural española en su conjunto pueda sobrevivir, consiste en que tengas la traducción para este viernes a ser posible y renuncies a tus exigencias de que te extendamos los plazos. En caso contrario, no nos quedará más remedio que deslocalizar los servicios de traducción y llevarlos a Taiwan, con lo cual serías cómplice del aumento del paro juvenil en nuestro país.
Un afectuoso saludo,
Fú Manchú
Como he dicho, exagero, pero la idea es ésa. No es raro que se te pidan plazos absurdos y que se hagan los cálculos de folio por caracteres, con lo que es como si todas las páginas de la novela que estás traduciendo estuvieran replenas de letruja chiquitilla sin un maldito blanco. Es lo que el personal llama contrato-lentejas, porque no suele haber mucho margen de negociación. Y, si no vendes tu primogenitura y lo dejas, tendrás tú la culpa. Tendrías que estar satisfecho de tener la posibilidad de ser un agente cultural, que muchos otros niños no la tienen.
Gracias, Rafael, es siempre un placer leerte.
Y es un placer que me lea. Salud.