
Uf, vaya mes de abril. Aguas mil quizá no, pero ochocientas sí. Y fresco, hoyga, que no hay quien se quite la rebequita de punto gorda. Y con fin de ramadán, exámenes parciales, clases híbridas, informes desto y delotro, chorradas diversas de cuyo nombre no quiero acordarme, congreso bitrianual, etc. Entretenidillo, vaya. Y como soy mononosequé, o sea, que solo puedo pensar en una cosa a la vez, pues me agobio y me bloqueo. Pero poco a poco hemos ido terminando cosillas y vuelvo a tener un poco de tiempo, así que otra vez estoy dispuesto a darles un poco la tabarra.
Como les decía, hemos hecho nuestro congresillo bi o trianual (depende de circunstancias que no vienen al caso), que ha quedado bastante bien y en el que para alivio mío ha habido una ausencia absoluta de personal diplomático hablando de puentes, culturas, solidaridad, tolerancia, corbatas, sopa y esas chorradas. Prácticamente solo académicos y personal de la cultura (del Cervantes, vaya, y el consejero de educación o como sea el cargo que tiene, pero que hablaron entre poco y nada), aparte de un bedel que explicaba cuál era el botoncico del micrófono y un par de fotógrafas nada invasivas. Pocos estudiantes, pero es que con eso de las clases híbridas no vienen y se han acostumbrado a levantarse a partir de mediodía.
A lo que vamos. En dicho congreso (aunque eran unas jornadas) s.s.s. (yo) presentó (-é) dos ponencias, una solito y otra en comandita. Ambas eran sobre traducción, pero me gustaría hablar de la primera. Miento, me gustaría hablar sobre el coloquio que siguió a la primera porque se planteó el tema de la traducción de poesía. Yo no hablaba exactamente de eso, pero mi compañero mesero Roberto Mondola sí. Nos preguntaron aquello de si hay que ser (un poco) poeta para traducir poesía y ambos respondimos que no. Evidentemente, si hubiera sido una mesa sobre poesía, llena de poetas, es posible que hubiéramos contestado de manera distinta por temor a las violentas represalias.
Una semana más tarde me tocó compartir otra mesa en la que también se habló (hablaron, para ser más exactos) de traducción de poesía. Mehmet Hakki Suçin habló sobre las traducciones al turco de las Mu’allaqat (para quien no lo sepa son unas casidas preislámicas), incluyendo una versión suya de él. Ayçin Kantoglu estuvo comentando las dificultades (o, como diría una sobrina mía, los retos) a los que se había enfrentado traduciendo nada menos que La divina comedia, primero solo con rima y luego en endecasílabos (espero que heroicos). Me gustó mucho lo que dijo Ayçin Kantoglu sobre los aspectos matemáticos de la obrita del Dante (suena vintage el artículo determinado ese, ¿eh? O quizá catalán, no sé), pero me temo que, de haber habido partidarios de que solo los poetas pueden traducir poesía, igual la linchan por mezclar las matemáticas churras con la gimnasia.
De todas maneras, que veo que me estoy enrollando, lo que quería contarles es que el amigo Roberto Mondola publicó en nomeacuerdoqué red social una foto del acto y comentaba (aprox.) «Aquí en la Universidad de Estambul, hablando de traducción de poesía» y alguien le recomentaba (aprox.) de forma una miaja tajante: «La poesía no se puede traducir. Punto». Se habrán dado cuenta de que no precisaba si era seguido o aparte, y ni siquiera si era gordo, pero creo que el mensaje se comprende.
Por si acaso, el amable interlocutor animaba a los posibles lectores de su comentario a ampliar sus horizontes y no quedarse en eso que llaman la zona de confort y que debe de ser algún sillón o sofá: «Si quieres leer poesía rusa, aprende ruso». Y le faltó añadir alguna expresión enfático-expletiva del tipo «carajo» «caracoles» para que quedara un poco más claro. El amigo Mondola se limitó a replicarle que él no traducía poesía, sino que hablaba de traducciones de poesía y que, por lo tanto, a él plin.
Ya se habrán dado cuenta de que el tema y el asunto (nunca he entendido para qué sirve esa diferencia) de mi escrito es lo de que la poesía no se puede traducir y que, por lo tanto, deberías aprender todas o casi todas las lenguas, humanas y angélicas, si no quieres quedar como un cateto y que la gente te señale por la calle por no haber leído a Homero, Horacio o…, háganme el favor de buscar poetas holandeses, fineses, húngaros, bengalíes, indonesios, guineanos, keniatas, malgaches, etc., que escriban en sus lenguas vernáculas y cuyos nombres empiecen por hache para que quede bonito con Homero y Horacio. Bueno, ya se darán cuenta del apuro que supone aprender todos esos idiomas y otros de repuesto con lo agobiante que es la vida actual, por mucho que ahora en internet encuentres de todo (menos precisamente ese libro que andabas buscando porque estaba en casa de tus abuelos y no lo volviste a ver, con lo interesante que era).
Hay otra cuestión por la que el comentario del señor aquel me parece un poco exagerado. Estaremos todos de acuerdo en que sí se traduce poesía. Entonces, ¿por qué afirmaba con tanto vigor que no se puede? Será que no se puede hacer bien, pero traducir como un churro es algo que puedo hacer yo mismo. Y entonces, ¿qué significa «bien»? ¿Lo que a él le parece «bien» es un valor absoluto que deberíamos acatar el resto del género humano? Lo digo para ir preparándome y que no me pille desprevenido. No me parece mala idea y menos si se presentara a presidente mundioglobal. «Niño, no hagas eso que no está bien», «¿Por qué?», «Porque lo dice el señor ese que aprendió ruso para leer poesía». ¡Qué comodidad para los que no tenemos las ideas tan claras!