¡Madre mía, cuántos libros llevo de retraso por promocionar desde esta humilde tribuna! Igual algunos ya están hasta descatalogados o incluso destruidos para siempre jamás. En la facultad nos obligan a actualizar el curriculum todos los meses para fastidiarnos, pues ni por esas lo hago. Mira que dicen que contra pereza diligencia, pero se ve que al mencionar la diligencia yo me pongo a pensar en las tropecientas veces que Orson Welles se vio la escena en que John Wayne se enciende el cigarro con el quinqué y se me va el santo al cielo. Vaya, vuelvo a desbarrar; menos mal que tiene que ver con lo que voy a contarles.
Veo que dos de los libros de los que no les había hablado son El edificio de piedra de Aslı Erdoğan y Las frías noches de la infancia de Tezer Özlü. Ahora pensarán ustedes que soy heteropatriarcalista porque meto a dos autoras en una única entrada, que no les digo que no lo sea, pero no lo hago por eso (sí por pereza) sino porque ambos libros tienen, en mi opinión que yo mismo comparto, una característica común, aparte de estar muy bien escritos, lo cual es una alegría cuando se traduce y un placer cuando se lee o viceversa, detalle que no siempre se tiene con lo que te encargan traducir, por desgracia.
En fin, a lo que íbamos: la característica común que les encuentro es que son un poco comecocos o franceses. Es decir, que son libros en los que las autoras (en este caso) se dejan llevar por el fluir de la conciencia o como se llame y desbarran un sí es no es, como yo mismo hago aquí, pero con más gracia y elegancia y además contando cosas más interesantes. Eso, no necesariamente lo de ser interesante, es lo que yo llamo literatura a la francesa, aunque soy consciente de que existen autores franceses que no escriben así; por ejemplo, Goscinny. Es un tipo de literatura que tiene varias ventajas cuando la lees porque emites un cierto aire de intelectual al exterior que lo mismo te hace parecer más interesante. Al interior no tanto, sobre todo cuando vas en el autobús y te das cuenta de que hace siete paradas que no te enteras de lo que has leído. Tus compañeros de viaje, en cambio, estarán boquiabiertos viendo tu capacidad de concentración y maravilla al leer una magna obra. Traducirla, sin embargo, es más jodido molesto, sobre todo porque se supone que debes entender lo que traduces, pero, por otra parte, es más lucido y luego te permite presumir más, con lo que tu pinta de intelectual es doble: no solo te has leído el libro en la lengua original sino que además se te supone, como el valor al soldado, que te has enterado al pasarla a lo que hablamos nosotros. Y eso, cuando estamos tratando de frases kilométricas y simbólicas de alguien que no conoces de nada y que está hablando de algo que no estás muy seguro de qué puede ser, tiene mucho mérito.
[Aquí conviene hacer un paréntesis para los no iniciados. ¿Es posible traducir algo, pongamos una frase, sin entenderla? La verdad es que a veces sí, miren si no cómo lo hacen las inteligencias artificiales, que se supone que no entienden y por eso no podrán hacer la confirmación ni nada, pero te arriesgas muy mucho a que el resultado (a) no tenga nada que ver con el original; (b) tampoco se entienda nada en la lengua a la que se traduce, lo cual no está del todo mal; y (c, de momento) corres el riesgo de decir alguna burrada tipo el famoso «vuele en cueros» por «fly in leather». Así que mejor entender lo que dice el original en la medida de lo posible. ¿Cuándo es imposible? Pues, por ejemplo, cuando la autora está muerta y se murió sin explicarlo, como pasó con Tezer Özlü, como ahora les voy a contar.] Sí, ya sé que estoy usando los corchetes y los paréntesis al revés de como debería, pero me he hecho un lío y no lo quiero corregir, y además he puesto el punto dentro de los corchetes y la Academia, bla, bla, bla, ustedes disimulen.
El libro de Aslı Erdoğan contiene otras tres historias aparte del edificio de piedra del título. Una es de una exiliada/refugiada en otro país; otra de unas internas cuasi presas en un sanatorio (algunas exiliadas/refugiadas); y la tercera de una mujer embarazada que va a ver a su marido preso. Esta empalma más o menos con el edificio de piedra, que es una historia (por llamarla de alguna manera) onírico-simbólica sobre una cárcel o precárcel donde se tortura al personal a base de bien. Aparece un ángel que no tienes muy claro si es bueno o malo, de la misma forma que tampoco queda muy claro si la persona torturada es hombre o mujer (por eso lo digo de una forma tan rara), aunque por algunas entrevistas a la autora se deduce ―o quizá lo dice, no me acuerdo― que está hablando de un hombre, o de varios. La verdad es que es bastante agobiante, y esa es la idea. Por cierto, la escritora estuvo en la cárcel casi medio año por unas acusaciones de las que luego fue absuelta. Y ahora podrían ustedes pensar que el libro tiene que ver con su experiencia en prisión o bien que fue a prisión por el libro. Ni lo uno ni lo otro. El libro se escribió y se publicó años antes de tan desagradable experiencia y pueden encontrarlo, no voy a decir en cualquier librería, pero sí en muchas.
Les paso la reseña del libro que hizo el amigo Ilya U. Topper:
https://msur.es/artes/asli-erdogan-edificio
Y una entrevista tras salir de la cárcel, pero antes de su absolución:
https://msur.es/actualidad/asli-erdogan
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Pasamos a Tezer Özlü. Aunque tanto ella como su libro son anteriores, la traducción es posterior, por eso la pongo después. Si Erdoğan estudió en inglés en el Robert College y la Universidad del Bósforo, Özlü lo hizo en alemán en el Liceo Austríaco. Otro punto en común que tienen, haber estudiado en centros estambuleños bastante elitistas en el buen sentido y, ergo, haber tenido más y más fácil acceso a la literatura/cultura extranjero-europea. En suma, que ninguna de las dos estudió en un colegio de esos donde tiran de las trenzas a las niñas y les pegan mocos en la chaqueta a los maestros. De hecho, y hablando de mocos, no parece que las monjas del colegio austríaco, que las había, fueran precisamente moco de pavo, y debían de soltar cada chuleta que ya ya. Quien dice chuleta, dice capón.
La pobre Tezer Özlü se murió de cáncer con cuarenta y dos años y tuvo una vida coyunturalmente muy movida. Lo de coyunturalmente viene porque, como buena hija progre de clase media-baja intelectual de los sesenta-setenta, anduvo de acá para allá sin parar mucho y tocó un poquillo bastantes palos. Aunque fuera una existencia entretenida, no se puede decir que fuera muy divertida porque a rachas estuvo entrando y saliendo de manicomios psiquiátricos de enfermedades mentales. Que, en resumidas cuentas, es la parte central, si no el centro, de la novela de las frías noches de la infancia. Habla de su infancia, sí, pero también de sus peripecias por esos mundos y estos y, sobre todo, de manicomios y de locura.
En lo de los manicomios y el colegio de la infancia hay algo que me parece que resultará curioso a los lectores españoles de una autora turca porque salen muchas monjas. Es más o menos de esperar, la verdad es que menos, que en el colegio austríaco de Estambul, en la parte de las niñas, haya monjas, pero no te lo esperas tanto de un psiquiátrico. Pero sí, ya ven, es el hospital de La Paix (en turco Lape, palabra aguda que me gustaría tildar) y cuando yo llegué había unas monjas francesas que eran españolas. Me explico: aunque la orden era, y supongo que es, francesa, las monjas en sí eran españolas y les hacían rosquillas a los hijos del canciller. Esto último lo hacían aparte de prestar sus servicios como enfermeras o lo que fueran atendiendo a los enfermos psiquiátricos. Por cierto, tampoco sé por qué, a esas monjas de la caridad y demás asilos de ancianos en mi tierra siempre las llamábamos «monjitas», a diferencia de las de hospital o de clausura y eso, que eran directamente «monjas».
Volviendo a lo de antes, lo que quiero decir es que en Estambul uno espera encontrarse por la calle hiyabes o charsafes e imanes y predicadores, pero no monjas y curas, y eso me produjo una dificultad y un dilema mental porque en la novela la prota se encuentra por la calle a una monja, ya viejita, que la saluda como hacen las monjas y ella responde como debe. No me acuerdo de cómo lo decía en el original turco y además me daba igual porque en teoría saludo y respuesta eran en alemán, pero tuve serias dudas de cómo ponerlo en español. P. D. de lo de antes: Acabo de mirarlo y en turco es algo así como «a la paz de Dios», que en francés tradujeron por «Dieu vous salue», que mira tú por dónde me suena de algo. No obstante, en español no se saluda así a una monja, no vayamos a liarla, así que me lancé y metí un «Ave María purísima» como Dios manda. «A la paz de Dios» me suena a despedida agrícola y «Dios te salve» a rosario. Espero que no piensen que me excedí. (Otro paréntesis: después del «ave» tendría que ir una coma, ¿no? Digo yo.)
Veo que me he ido por los cerros de Úbeda. Tengo que añadir que Tezer Özlü es la escritora preferida de algunas amigas y, con otras tres o cuatro (Adalet Ağaoğlu, Sevgi Soysal, Leylâ Erbil, Nazlı Eray, así a bote pronto y algunas más que me dejo) forman el equipo de las escritoras turcas más influyentes de la segunda mitad del siglo veinte, o, digamos, de los sesenta a los ochenta.
Les voy a dejar unas reseñas del libro para que vean. Una de Marta Sanz en el Babelia y otra del amigo (este también lo es) Javier González-Cotta en el Diario de Sevilla:
https://www.diariodesevilla.es/delibros/frias-noches-infancia-tezer-ozlu_0_1685231704.html
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Como les comentaba al principio, no hago una entrada para dos libros por simple pereza (es más bien pereza compleja) o porque estén escritos por mujeres (que lo están), sino porque les veo cierto parecido en cuanto a temas (sanatorios, hospitales, prisiones, que venga Foucault y lo vea) y en cuanto a estilo, así como psicológico-onírico-flujodeconciencia y tal. Me dirán que por qué entonces no meto también Pabellón nueve de cirugía de Peyami Safa, que anda todo quisqui con que es la primera novela psicológica turca y el muchacho/gachó (o sea, el protagonista autoficticiobiográfico) está todo el rato entra que sale de hospitales; ¿porque el autor es un tío (también fue padre)? La verdad, y ya me explicaré mejor cuando escriba sobre ella (la novela), no me parece que tengan mucho que ver independientemente de los hospitales. Primero porque la época es totalmente distinta, y, por tanto, la situación, y segundo porque me parece más una novela desas (que dirían mis sobrinos) de desarrollo adolescente y no tanto de buceo neuronal. En suma, que me parece que estas dos están mucho más próximas entre ellas por el estilo y que la de Peyami Safa no tiene mucho que ver. En fin, ya veremos en otra entrega. (Veo que también tienen en común que en la cubierta salen sendas señoras, una con una pierna y otra con un pajarraco. En ambos casos el simbolismo se me escapa.)