Algo salvaje

Yo sí que soy un salvaje, que pisoteo gatos con el toro, y no la nenaza de Disney. Todavía si me dijeras Sabú…

Me da en la nariz (amplia y señorial) que los anglosajones y nosotros no tenemos el mismo concepto de «salvaje». Vean si no algunos títulos de diversas manifestaciones artísticas y sus posibles traducciones al español, que quedan fatal, peor que pegarle a un padre: «Born to be wild» (una copla) / «Nací para ser un salvaje»; «Wild things» (una película)/ «Salvajadas»; «The call of the wild» (un libro) / «El llamado de lo agreste» o, en una versión más tradicional «La llamada de la selva». Aunque ningún niño de mi generación, anteriores o posteriores, podría adivinar que esa «selva» era nada menos que las heladas tierras de Alaska, cerca del Círculo Polar Ártico. Claro, que cuando Salicio le dice a Galatea aquello de «Por ti el silencio de la selva umbrosa, / por ti la esquividad y apartamiento / del solitario monte me agradaba» tampoco se imagina uno al bucólico pastorcito con salacot y machete cual Clark Gable. Se ve que en aquellos tiempos era otra cosa y por eso lo de «la llamada de la selva». No hablemos ya del día de S. Silvestre, último del año, ni del gato del mismo nombre. Como no he podido resistir la tentación, he mirado el DRAE a ver que pone y dice lo siguiente: «Selva: 1. f. Terreno extenso, inculto y muy poblado de árboles. 2. f. Abundancia desordenada de algo», que me parece que la segunda acepción no tiene nada que ver. En cuanto a la primera, precisar que «inculto» ahí probablemente no quiera decir «burro, bestia». De todas formas, tampoco tengo muy claro que Alaska esté tan poblada de árboles.

Se preguntarán ustedes a cuento de qué comento estas tonterías. Pues bien, si me permiten remontarme al huevo de Leda (que era una señora, no me sean malpensados), les diré que desde la página de administración, o como se llame, de este blog (a la que espero que ustedes no tengan acceso) se puede ver en curiosas estadísticas cómo llegan a él los lectores. A veces los esforzados internautas buscan información que su seguro servidor no puede ofrecerles, como alguien que quería saber «que significa la expresión duelos y quebrantos y en que famosa novela aparese en su primer parrafo»; u otro que busca «apelativos afectuosos»; hay quien arde en deseos de saber «la posición correcta de escribir una maquina de escribir»; aunque, no nos engañemos, la mayoría de la gente acaba aquí buscando información sobre caballos marrones o cochinadas como «el carpintero se coge a la estudianta». Pues bien, siempre hay alguien que quiere saber las andanzas de D. Ramón D. Perés. ¿Y quién es ese tío? Me preguntarán. La verdad es que yo tampoco tenía mucha idea hasta que me puse a mirarlo un poco y no es que me haya aclarado demasiado. Tengo entendido que fue poeta catalán en castellano (creo), especialista en Boscán, autor de varios libros de historia de la literatura (formal y popular), traductor del inglés (de, un poner, Conrad) y, como orgullosamente proclama él mismo, «C. de la Real Academia Española», donde «C.» no es de «camisero» sino de «(miembro) correspondiente» o corresponsal.

La labor traductora de D. Ramón ha sido para mí de una importancia crucial (aunque a ustedes les importe un bledo) porque escribió el primer prólogo de traductor que menda se leyó en la vida: el de El libro de las tierras vírgenes del señor Rudyard Kipling. El prólogo en cuestión es de 1904 y nos encontramos algunas referencias al uso de la época, como, por ejemplo precisar que la poesía de Kipling no se parece a la de «Zorilla, Campoamor y Núñez de Arce». Según D. Ramón, la poesía anglosajona va más bien por lo que escribía el «caprichoso y extraño poeta norteamericano Walt Whitman […] sin rimas, ni leyes, ni grandes respetos humanos» pero que «a los más entendidos se les antoja un genio». ¡Ojo!, el señor Perés lo explica porque él, con dos cojones dedos de frente, traduce «estas poesías en verso, cuando así están escritas, porque éste creo que es mi deber, no por gusto», y el subrayado es suyo y yo me fastidio. Menos mal que, consciente de que estos anglosajones son más raros que un perro verde poéticamente hablando, incluye un paréntesis que en su momento me hizo suspirar de alivio: «sus composiciones (que los niños pueden pasar por alto, si gustan) son, con frecuencia, alardes métricos». Oiga, D. Ramón, mire usted, que sí gusto pasar por alto los alardes ésos.

Porque a mí no me gustaban los alardes, sino las salvajadas. Por mucho psicoanálisis que le echen, Mowgli está al nivel de salvajismo del Tarzán de las novelas, y eso es lo que gusta. Curiosamente, los editores (¿el mismo D. Gustavo Gili en persona?) lo llama el «simpático tipo de Mowgli», tan simpático que decide destruir un pueblo entero, eso sí, sin matar a nadie, porque le han tratado con la punta del pie entre otras simpáticas travesuras, como la muy sanguinaria de «los perros jaros» que sigue siendo mi preferida y gracias a la cual me enteré de que «jaro» es el animal «de pelo rojizo». Siempre he tenido en la misma consideración los perros jaros (rojos) y los ojos glaucos (verdes) de Atenea, no sé por qué. Volviendo a Mowgli, «la rana» y no lo digo yo sino que se lo decía su madre putativa y lobuna, D. Ramón da un diagnóstico más adecuado:

¡Y qué bello y significativo aquel tipo de Mowgli, que es, como de Segismundo dicen los versos de Calderón, «un hombre entre las fieras/y una fiera entre los hombres»! La idea de patria late en el fondo de esa figurilla de muchacho

 Aunque les juro que lo de la patria no lo tengo yo tan claro. Más que Mowgli, que era bastante burro, me gustaba la mangosta Rikki-Tikki-Tavi, que se llamaba así porque «su grito de guerra mientras se deslizaba por la hierba era: Rikk-tikk-tikki-tikki-tchick.» Tal cual en el original porque, como nos avisa D. Ramón en la nota número uno cuando el lobo padre dice «¡Augr!«, «Usa el autor palabras de su invención para remedar las voces de los animales. Consérvolas lo mismo, o casi lo mismo, en la traducción, suprimiendo, a veces, alguna letra, inútil en castellano», que probablemente fueran haches que no las pronunciamos.

No quiero que se imaginen ustedes que pretendo ser irrespetuoso con D. Ramón, a quien le debo muy buenos ratos y frases inolvidables como la de «¡Buena suerte!» o «¡Buena caza!» en su contexto correspondiente, o aquella de Fao, el nuevo lobo jefe de la manada, «¡Aullad, perros! ¡Esta noche ha muerto un lobo!», u otras que demuestran la simpatía natural de Mowgli como «¡La deuda! ¡La deuda! –gritó Mowgli–¡Hay que hacérsela pagar! […] ¡No dejéis escapar ni a uno con vida!». Ni que decir tiene que era una deuda de sangre, por supuesto. Además, D. Ramón me dio la primera lección de seriedad y formalidad traductora, lean, lean si no me creen:

como en castellano no se usa la palabra jungle, que posee el francés, por ejemplo, el traductor ha considerado que, para el título del libro, la mejor versión de aquel vocablo era algo que abarcara todos los significados que quiere darle el autor. Son éstos bastante diversos y aun bastante vagos, pues lo mismo puede traducirse por selva, que por tierra inculta y llena de maleza; lo mismo podría aplicarse a la manigua cubana, que le sirve al autor para hablarnos de grandes extensiones de la abrasada India, o de las que están cubiertas por los hielos a poca distancia del Polo.

Dense ustedes cuenta de qué precisión. La jungle, que él traduce muy acertadamente como «tierras vírgenes» no es lo mismo que la «selva», indudablemente no la del DRAE puesto que no es «tierra inculta y llena de maleza» y además, como en el caso del libro de Jack London, lo mismo sirve para un roto (la India) que para un descosido (el Polo, véanse los cuentos «Quiquern» o «La foca blanca», sin ir más lejos). Pero lo que me deja más estupefacto, boquiabierto y maravillado es la diferencia entre jungle, «selva» y «manigua». ¡Toma ya! Así aprendíamos vocabulario los niños de antes.

Por cierto, que en francés tendrán la palabra jungle, pero D. Ramón le da un buen repaso a la traducción gala (quizás la hiciera Astérix) del libro de Kipling: «En la versión francesa, que está hecha con inteligencia, hay varias supresiones, que juzgo inmotivadas, y algún error en que he procurado no caer en la mía. Faltan, a veces, párrafos enteros del original». A eso le llamo yo elegancia y savior-faire; primero dices que es inteligente y luego lo pones a caer de un burro.

¡Ay, D. Ramón, qué pena me da no saber más de usted! Ha sido Vd. mi primer maestro, a pesar de que no esté de acuerdo con algunas opiniones suyas como cuando dice preferir «Gualterio Scott» a «Walter Scott», o aquello de que como El libro de las tierras vírgenes es un «libro útil para la educación de la voluntad en los niños, yo no dudo en recomendar éste […]. De igual modo podría un médico prescribir un tónico y mucho ejercicio al aire libre» porque no hay cosa que más ahuyente la vocación lectora que prescribir los libros como si fueran la purga de Benito. Me quito el cráneo ante usted y le agradezco que no nos obligara a los niños a leernos las cancioncitas de Kipling.

Espero haber sido de alguna utilidad, aunque poca, a los internautas que busquen Ramón D. Perés, con o sin comillas y, por supuesto, también quiero darle las gracias a D. José Triadó, autor de los grabados que ilustran el libro y esta entrada.

«¡Qué me dices! ¿Que me puedo saltar las poesías…? Pues me haces un hombre, digo, una mangosta». «Velay, así de chulo que soy»


Acerca de Rafael Carpintero

Traductor y profesor en la Universidad de Estambul
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9 respuestas a Algo salvaje

  1. MJ dijo:

    A mí el prota que me gustaba era Shere Khan…

  2. El libro que nombre «La llamada de la selva» (¡será por posibles traducciones!), en ruso lo titularon «La llamada de los antepasados». Creo que era más acertado teniendo en cuenta el argumento de libro. ¡De pequeña era uno de mis favoritos!

  3. Hablando de las notas de D. Ramón me has recordado a algunas entradas del diccionario de dudas de términos médicos de Navarro. Aunque el diccionario está «hecho con inteligencia» y soy muy admiradora de su autor, encontramos joyas como la entrada de la palabra ‘wow’ o la de ‘Frankenstein’. Es impagable tener un mal día con una traducción más que aburrida sobre radiología o lo que sea y dar con semejantes perlas que te alegran el día. No te las destripo para que vayas al diccionario y las leas 😉

  4. Carmen abuela dijo:

    ¡Envidia de memoria!Prometo que he leido todos los libros que citas y no me acuerdo mas que de lo mas gordo.Claro que en 32 años se pierden bastantes neuronas. Dios conserve las tuyas.

    • No es cuestión de memoria. Tengo aquí la versión correspondiente de El libro de las tierras vírgenes. En lo que sí estoy de acuerdo es en que conviene acordarse de lo gordo porque, si no, no sabes dónde buscar.

  5. Carlos Gancedo dijo:

    Lo del «Aullad, perros…» es estupendo, a mí también se me quedó grabado. El ritmo de la frase es mucho mejor que el de la original “Howl, dogs! A Wolf has died to-night!”.

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