El castillo blanco/Beyaz Kale

En el paseo en barquito que mencioné en otra entrada fue donde los de Mondadori me propusieron traducir El castillo blanco. Como soy así de listo, me pareció un poco absurdo por dos motivos: a) Era un libro antiguo y b) ya estaba traducido. De todas formas, ellos querían tener a Pamuk al completo y traducido directamente del turco, así que me puse manos a la obra.

He dicho que El castillo blanco estaba traducido al español. Lo publicó Edhasa en 1992 en su colección de Narrativas Históricas con el bonito título de El astrólogo y el sultán. Oriente y occidente en el imperio otomano. Aparte de lo del título, tengo que decir que era una edición de una obra traducida modélica. ¿Por qué? Porque generalmente en la página de créditos (¿se llama así?) suele aparecer el título original y el traductor y yastá. De tal forma que puedes suponer que la obra ha sido traducida directamente del zulú por Juan López y resulta que no, que es una traducción del gallego, de una traducción del inglés, de una traducción del swahili del original. Y luego a lo mejor Juan López ni existe. Pero los de Edhasa precisaban que la traducción de Margarita Cavándoli era de la versión en inglés de Victoria Holbrook. Quitémonos el sombrero y agradezcamos a Edhasa un comportamiento tan envidiable (por parte de otras editoriales).

El castillo blanco es muy importante en la cronología pamukiana. Les recuerdo que se escribió entre La casa del silencio y El libro negro y es su primera novela postmoderna (si se la leen averiguarán por qué). Pamuk nos contó que mientras estaba en los EE.UU. (su mujer estaba estudiando algo y él se entretenía escribiendo El libro negro y, según algunos, siguiendo unos cursillos de la CIA), conocieron a Victoria Holbrook, una otomanista, y no sé si se ofreció a traducir el libro o la convencieron. El caso es que es la primera novela de Pamuk que se tradujo y que tuvo un éxito inenarrable (¿Por qué se dirá eso del éxito?) impulsando a su autor a lo más alto del candelabro gracias a una crítica de John Updike que lo puso por las nubes, más arriba que el candelabro incluso.

Por si acaso, por si la novela valía la pena de verdad, hubo un aguafiestas con muy mala uva que acusó a Pamuk de plagio. Se trata de una acusación curiosa porque, se lo juro, demuestra que el señor en cuestión no se había leído ninguna de las dos obras implicadas. Según el crítico, Pamuk había se había copiado descaradamente de la traducción turca de El viaje de Turquía, una obra anónima española del siglo XVI. Ya la traducción turca tiene sus problemillas porque se abrevió considerablemente el original por aquello de que los turcos no salían demasiado bien parados. ¿Y qué esperaban de un libro español del siglo XVI? Es como si pretendieran que Bush hijo hubiera escrito una loa de Saddam Joselín. Y encima, los que quedamos verdaderamente mal somos los españoles, porque es el típico libro que usa a los otros para poner verdes a los de aquí. ¿Por qué se creen que es anónimo? Porque si pillan al que lo escribió, va a la hoguera de patas, por protestante y protestador. Además, y puesto que hablamos de plagio, el anónimo autor se dedicó a coger todo lo que pudo de todos los viajes de Turquía anteriores y a copietearlos. De todas formas, no se crean, es un libro altamente recomendable y muy divertido, sobre todo la segunda parte.

A lo nuestro. A pesar de que sus críticos siguen diciendo que Pamuk no ha respondido a las acusaciones de plagio (lo que demuestra que también siguen sin leerse El castillo blanco), en la edición que s.s.s. de Vds. usó para la traducción, el autor incluyó un epílogo en el que hablaba de las fuentes que había usado sin olvidar “un libro que presentó a Felipe II un español anónimo que un siglo antes, como Cervantes, había sido cautivo de los turcos”. No sé qué más quieren. Para colmo, la idea general de El castillo blanco no tiene nada que ver con El viaje de Turquía. Pero, bueno, eso de que el anónimo español lo tomó de otros y Pamuk hizo lo mismo nos sirve para hablar de El astrólogo y el sultán. En El cultural decía Rafael Narbona:

Ahora disponemos por fin de una versión directa, que nos permite apreciar las cualidades de una prosa eficaz, sin lirismos innecesarios, atenta a la evolución psicológica de los personajes, consiguiendo esa claridad que no es incompatible con la ambición de transformar la ficción en verdad.

Y mucho que se lo agradece uno, pero no me acaba de entrar en la cabeza el “por fin” ése. Es decir, admito que, de entrada, el título El astrólogo y el sultán pueda ser (de) un lirismo innecesario porque, si se leen el libro podrán darse cuenta, lo del astrólogo vale, pero el sultán tampoco es que pinte tanto, y, además, ¿dónde está el esclavo que es la otra parte del libro? ¿Qué se hizo? O sea, si fuera El astrólogo de oriente y el esclavo de occidente en el imperio otomano, tendría un pase. ¡Ah, pero los títulos no los ponen los traductores! Entonces… Entonces, digo yo, si no tienes a mano traductores de, por ejemplo, turco, que tampoco salen de debajo de las piedras, yo mismo nací en un sanatorio aunque no me acuerdo, no en una cueva, y quieres publicar un libro del que tienes una buena traducción en, por ejemplo, inglés, que sí hay más traductores, ¿por qué no hacerla del inglés? ¿A cuento de qué tanta afición a los originales-originales cuando la traducción no es un original? Claro que puede haber algunas cosas un poco raras si lo comparas con el original de la lengua original, pero, ¿quién lo va a hacer? Un poner, en la traducción de Margarita Cavándoli dice en determinado momento: “Mi semejante, a quien el pachá sólo llamaba “Hoja” –que significa “amo”-, […]”. Bueno, pues la explicación no aparece en el original (naturalmente) y, para más inri, “hoja” no significa “amo”, sino “maestro”. ¿Qué ha pasado? Supongo que Victoria Holbrook añadió la explicación en inglés, lo tradujo como “master” y siguió con lo del “Hoja” con esa manía que tienen los anglosajones de no traducir lo que a ellos les parece que son términos culturales (alguien los llamó “culturemas”). Pero es que además no es “Hoja” ni de papel ni de árbol, sino “Hoca” o ganso, que tampoco se pronuncia así porque los turcos dicen la hache y la ce la pronuncian de una forma muy difícil que a los españoles nos sale fatal. Y digo yo, si no vas a traducir algo y no hace falta transcibirlo, ¿para qué (censurado) te metes a cambiarle la ortografía? Menos mal que los españoles traducimos los nombres de las familias reales, porque, ¿qué habrían pensado si uno escribiera un artículo sobre la boda de Güiliam y Queit? Seguro que a los del “Limpia, fija y da esplendor” les habría gustado tanto como ese horror que se inventaron del güisqui.

Por lo demás, no sé si la traducción de Margarita Cavándoli contiene “lirismos innecesarios”, pero, en caso de que sea verdad, habría que ver la versión de Victoria Holbrook. Me da en la nariz que la Sra. Cavándoli no es la poetisa. Una estudiante nuestra quería hacer su tesis comparando ambas traducciones (la mía y la de Cavándoli) con el original y la versión inglesa, pero la jefatura de la sección de filología no aceptó la propuesta y le dijeron con toda su boca a la doctoranda en ciernes que si quería hacer eso, que se fuera al departamento de traducción. Nos quedamos con las ganas de saberlo, porque yo no me voy a poner ahora, bastante tuve con traducir el libro.

Acerca de Rafael Carpintero

Traductor y profesor en la Universidad de Estambul
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