Costumbrismos veraniegos: La ambulancia de la venta

¡Patataaas! ¡Cebollaaas!

Con la cosa del fin del ramadán pasó por delante de nuestra ventana, no hay que olvidar que, estando en un bajo alto (oxímoron lógico pero no empírico) vivimos prácticamente en la puta calle, un camión o vehículo similar sobre el que iban unos señores saludando mientras de un megáfono surgía una voz rugiente que berreaba algo así como ¡¡¡KFYJHTDGDCGHSHGJW!!! Dedujimos que sería alguna especie de alcalde, pedáneo o no, y seguimos viendo en la tele a una ardilla engañando a una serpiente malvada (o bicha). Días más tarde, o sea, esta misma mañana, encontrándome en la pedanía de Aguadulce, sita en la otra punta del Mar Blanco, ay, del Mediterráneo (chiste este último dedicado a mis amigos turcos), he podido oír una voz melodiosa ampliada por la megafonía que anunciaba: «Señora, ha llegado a su localidad el camión del tapicero» y pasaba a describir una serie de bondades de la buena tapicería, o eso supongo porque no le he hecho ni pastelero caso.

Todo ello me ha llevado a reflexionar sobre el fenómeno de la venta ambulante, tanto en mi país de origen como de residencia. Aquí en España es menos corriente ver vendedores ambulantes por las calles de las grandes ciudades (o eso creo) mientras que en Estambul es espectáculo (en lo que tiene de «Cosa que se ofrece a la vista o a la contemplación intelectual y es capaz de atraer la atención y mover el ánimo») más corriente aunque no, por supuesto, en las grandes avenidas. Supongo que tendrá que ver con el hecho de que en esta ciudad cualquier establecimiento tiene servicio a domicilio, así que tienes que espabilar y llevar el producto al cliente. Además el cliente tiene que saber que ofreces un producto a la venta, para lo cual lo mejor es que montes un bonito escándalo.

A modo de ejemplo, les voy a explicar cómo funciona un clásico existente en todos los barrios de Estambul en los que he residido/vivido: el camión de las patatas (patatesçi). En realidad no es un camión (y mucho menos el mismo camión) sino una camioneta con la caja descubierta. Tampoco vende sólo patatas, puesto que en Turquía las patatas se venden habitualmente con las cebollas (blancas) en un conjunto casi tan armonioso como el uno y trino formante de nuestra tortilla nacional (huevo/patata/cebolla). Cuando es temporada, también se anuncian tomates, acompañados ahora de pimientos (verdes). Pues bien, está uno en su casa tan tranquilo traduciendo y oye como un clamor lejano distorsionado por un altoparlante a todo volumen. Le presta atención por si es un aviso de evacuación por ataque nuclear o epidemia zombie y distingue algo así como «IEEESSS AAANNN» de lo que deduce que se trata del patatero anunciando su/-s producto/-s («patates soğan»). Más tranquilo espera a que el bramido se vaya acercando lentamente hasta hacer que las ventanas vibren como en poderoso sismo, señal de que la camioneta se acerca. Aún no se debe actuar, no obstante, puesto que a la camioneta con los altavoces la sigue a unos metros un hombre a pie, en este caso desprovisto de megáfono pero con una capacidad pulmonar como para vender bombones helados en la Scala de Milán, que es a quien hay que realizar los pedidos ya que el conductor de la camioneta está buscando un huequillo en el que apartarse.

El europeo (occidental)  nuevo por estos lares pensaría en bajar las escaleras, asomarse a la puerta, acercarse al vendedor a pie y comprarle lo que desea. Craso error. Por supuesto le venderán las patatas (y las cebollas), pero la sonrisa de suficiencia del patatero le hará sentir su condición de pipiolo. Los veteranos sabemos que las ventanas de las que están provistos la mayor parte de los hogares tienen tres usos principales: 1) dejar que entre la luz; 2) permitir que te asomes a fumar para mirar a la gente que pasa (especialmente para saber a qué hora entran y salen los vecinos); y 3) como medio de comunicación oral (a voces) con los vecinos de la acera de enfrente y con los vendedores ambulantes. Así que te asomas y aúllas el nombre de su oficio para que se dé por enterado: «¡PATATESÇİİİ!», o sea, «patatero». Él te responderá con un «a la orden de vuecencia, hermano/-a mayor» («buyur abi/abla»). Y entonces puedes hacer alegremente tu pedido. Ahora ustedes pensarán que el patatero sube las escaleras, usted abre la puerta y se lleva a cabo el intercambio patatas-moneda de curso legal. Craso error también. Todo hogar bien provisto cuenta con una cesta o cesto al que se ata una cuerda o guitilla para hacerla/-o descender por la ventana anteriormente mencionada. Baja usted la cesta, el patatero pone las patatas (y las cebollas) en ella, sube usted la cesta, la vuelve a bajar con el importe correspondiente mientras protesta por algo (las patatas son pequeñas o tienen peor aspecto que la última vez, que ya eran bastante malas), el patatero deja la vuelta en la cesta mientras se quita el muerto de encima (es que ya no hay patatas como las de antes con lo de las hormonas y los invernaderos), sube usted la cesta con su vuelta y aquí paz y después gloria. O mejor todavía si se le ocurre en ese momento que no estaría de más echarle unos pimientitos a las patatas e inicia de nuevo todo el proceso.

En nuestro anterior barrio vendían así cualquier cosa: desde zapatillas (el terlikçi) o palanganas de plástico (el nayloncu) hasta bollos para desayunar (poğaçacı), la repugnante boza las noches de invierno o, por supuesto, bombonas de gas. Las empresas vendedoras de estas últimas llegaron a tal libre y escandalosa competencia que las autoridades municipales tuvieron que intervenir (D. g.) para que redujeran los decibelios de sus reclamos comerciales. En el nuevo todavía no me tengo muy controlado este asunto, pero aparte del patatero (cebollero y en estos meses tomatero también), he podido detectar que pasan asiduamente: a) un señor mayor que vende limones tal y como lo hacía durante los imperios otomano e hitita; b) un vendedor de ajos (¿ajero?) que se atreve a afirmar que son «necesarios en todos los hogares»; y c) un rosquero (simitçi) con un pesadísimo refrán (anglicismo, anglicismo, como en «with a happy refrain») que reza «calentitos, calentitos, que queman».

Conviene explicar que estos roscos (en turco «simit» sirve para todo tipo de roscos, incluidos los salvavidas de los barcos y los flotadores infantiles), constituyen (cita culta) «la piedra angular de todo nutritivo desayuno» trabajador o proletario, debo añadir, como lo demuestra el hecho de que en nuestro anterior barrio, más burgués,  se vendieran más los bollitos (poğaça) a esas horas. Este desayuno pobre pero honrado nos lo explica muy bien Sait Faik en este texto (que incluyo en inglés para que ustedes se enteren si no son turcófonos o turcógrafos). Se trata de unos roscos de pan con ajonjolí y adiós muy buenas y si están recientes, es decir, si han salido hace poco del horno, resultan exquisitamente deliciosisísimos, pero si pasan unas horas recuerdan a esos cacharros de piel de búfalo que se les dan a los perros de compañía para que los masquen y tengan los dientes limpios y bien cuidados (creo, porque no los he probado, la verdad). En cualquier caso el vendedor los anunciará como «calientes» y «que queman» aunque estén fríos como pingüinos emperadores y más tiesos que la mojama.

Supongo que, tratándose de un barrio más populá, este invierno podré gozar de los berridos de muchos otros vendedores, aunque cualquiera sabe porque, siendo la población más joven, capaz es el personal de desplazarse físicamente a los comercios correspondientes. Menos mal que siempre queda el colmado (aunque los diccionarios traducen «bakkal» por «abacería», quien esto suscribe nunca había oído la palabreja, por ignorancia, claro) que lo mismo te pone en la cestita tabaco y el periódico que pan y unas cebollas, o yogur y una sandía, o te cortan la calle amablemente para que hagas la mudanza con tranquilidad (caso verídico que nunca agradeceré lo suficiente). Con levantar el teléfono y bajar la cesta, tienes en casa lo que quieras. Y a nosotros no nos hace falta ni la cesta, pa que vean.

Acerca de Rafael Carpintero

Traductor y profesor en la Universidad de Estambul
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11 respuestas a Costumbrismos veraniegos: La ambulancia de la venta

  1. aidagda dijo:

    Una vez se coló un «tapicero» en una traducción (que lógicamente luego revisé) en uno de esos días de verano madrileño en los cerrar la ventana puede suponer un riesgo para tu vida y la de tus plantas de interior. El clásico: «Ha llegado el tapicero a su barrio».

    • A mí se me coló una fecha (y no me di cuenta). A veces desde el balcón de mi madre oigo al tío de los melocotones de no sé dónde y al de los melones de la Mancha. Por la playa pasa un camión vendiendo tortas, magdalenas y bollos varios, que tampoco es que peguen mucho. Salud

  2. Guía Carmona dijo:

    ¡Lo de «¡PATATESÇİİİ!” es graciosísimo! Aquí en Alemania no se estila eso de la cesta por la ventana, son mucho más sosos. Por cierto, ¿hay rejas en las ventanas, como en España? En un bajo alto presupongo que sí. Pues aquí en las germanias no hay ná, nosotros vivimos en un bajo alto también al llegar el año pasado, sin rejas, y las puertas, tanto la del portal como las de las casas, ¡todas con un cristal gigante! Parecía bromita, pero no.

    ¡Un abrazo Rafa!

    Guía

    PD: Te leo y me río SIEMPRE con tus letrillas, te lo aseguro. Las entradas de la mudanza han sido la risión máximarl.

    • Gracias, me alegro de que la gente se ría de mí (¿eh?). Por desgracia, aquí también hay rejas porque hay amigos de lo ajeno. Espero que no nos roben en esta casa como no nos robaron en la anterior (en la primera lo hicieron dos veces). Lo típico es robar a los recién casados porque, como les regalan monedas de oro, siempre se puede trincar alguna, que son fáciles de vender. Salud y paciencia con los alemanes.

  3. carlos dijo:

    Que interesante !
    Por estos lados de América en cualquier momento se empieza a sentir :
    Yo soy el negrito Tinto /que siempre pasa por acá / vendiendo escobas y plumeros / y nadie me quiere comprar. Aquí llega el escobero que la quiere ayudar, mis escobas y plumeros si que barren de verdad.¡Escoba, escobillón para limpiar el piso del gran salón!¡Plumeros y cepillos,escobas, escobillones para limpiar el piso de salitas y salones!.Traigo escobas de calidad ¡para que brille la libertad!

    ¡Escobero! para barrer al virrey…no hay como las escobas de Miguel! ¡Escoberoooooo!

    • Vaya, amigo Carlos, eso sí que es de profesionales. Por aquí son bastante más escuetos. Lo importante es que cada vendedor tiene su musiquilla (porque nadie se entera de lo que dicen, la verdad). Salud.

  4. Reyhan dijo:

    Qué coloridos y originales son en su barrio, en el mío pasan todos los que ud. ha mencionado pero de una forma casi silenciosa, cuales ninjas, o quizá será que desde mi casa no se oye. Bajas y resultan que ahí están, o no, yo todavía no les tengo muy pillada la frencuencia. Excepto el simitçi, que se encarga todas las mañanas de vender simits al grito de MMMMMMMMMMMMMMMMMMÇİİİYE
    o simplemente ÇİİİİYEEE.

    A mí me encanta que todos los establecimientos traigan las cosas a casa, aquí me he malacostumbrado y luego en España me da mucha pereza bajar a por el pan. De hecho, la página de YemekSepeti me parece el invento del siglo – en mi humilde opinión el creador se merece poco menos que un premio Nobel, o aunque sea un Príncipe de Asturias – que me ha salvado de morir de inanición en épocas de exámenes/trabajos.

    Un saludo cordial, yeni eviniz hayırlı uğurlu olsun 🙂

    • Amiga Reyhan: Claramente, como corresponde a su condición, habita o habitaba Vd. en barrios de postín extra o superior en los que los amables vendedores no gustan de interrumpir el sueño de los habitantes vecinos. O quizás es que no ha comprobado si los cristales de sus ventanas son dobles.
      Estoy completamente de acuerdo con Vd. en solicitar un premio de benefactor de la Humanidad para quienes se han preocupado de crear una página web que facilita que te lleven cualquier tipo de comida (hecha) a tu casita (o pisito) con un amplio margen de precios, etc.
      Munchisísimas grasias por sus buenos deseos en lo que respecta a nuestro nuevo nido (turquismo) al que está invitada cuando quiera siempre que quepa.
      Salud y pesetas
      P.D. ¿Acaso no había vuelto a tierras patrias?

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