En otro lugar de este mismo cuaderno de navegación (en concreto aquí) he hablado de una maldición que nos persigue a los traductores de lenguas raras. Nuestras traducciones, al contrario de aquellas latinas del cole de «La Galia toda está divisa en partes tres», no se juzgan según el original en la lengua que sea, sino según las traducciones al inglés o, en menor medida, al francés. Lo repito porque, sinceramente, no me gustaría que mi traducción de esta novela al castellano se juzgara por su versión anglosajona.
Al contrario que otros colegas, que de todo hay en la viña del Señor (Dios, vaya, y tampoco es una viña de verdad), soy firme partidario de usar traducciones previas de los libros que me encargan. ¿Para qué voy a meter la pata en la trampa que otro ha eludido antes? Es decir, lo que hago es lo siguiente: yo me pongo a traducir y si de repente escribo algo que suena más a chino que a castellano o a turco, lo miro en la otra traducción si tengo alguna o si la entiendo (las traducciones al ruso o al alemán me resultan bastante inútiles para esto). ¿Qué también ahí el resultado es más raro que un perro verde? Me mosqueo y empiezo a darle vueltas a la cabeza y a veces concluyo que el original es así (no siempre) y mejor que se quede como está. ¿Que resulta que le andaba buscando tres pies a un gato que tiene cuatro patas? Humildemente corrijo la burrada que había tecleado. Verán que falta una tercera opción (la cuarta, que tanto la otra traducción como yo estemos cometiendo un profundo error supone que vivimos en la ignorancia y, por lo tanto, felices): aquella en la que me doy cuenta de que «la otra» está metiendo la pata hasta el corvejón en algo que a mí me mosqueaba ligeramente tan sólo. ¿Y entonces? En ese caso pienso que errar es humano y lo diabólico es perseverar, etc., etc. Sin embargo, si los errores se convierten en barbaridades y dichas barbaridades son hasta cierto punto buscadas y encima aplaudidas, entonces me cabreo.
Cuando me puse a traducir este libro, la agente (literaria) tuvo a bien enviarme la traducción al inglés, que apenas hojee porque estaba en formato letrónico para ordenador, que no me gusta para leer. Sin embargo, no me acuerdo por qué, me puse a mirar por internés y me encontré una entrevista con el traductor que me mosqueó muy mucho. Aparte de un montón de tópicos, decía cosas como que libros como éste «lleva unos pocos de años traducirlos» (se ve que los editores en su pueblo tienen más paciencia que en el nuestro, que ponen el grito en el cielo en cuanto les pides quince días), que Tanpınar usa «el árabe y el persa a lo largo de todo el libro dándole un toque de estilo otomano» (cuando, si se hubiera molestado en hojear un periódico de la época, se habría dado cuenta de que es un vocabulario que no se usa ahora pero bastante corriente entonces) o, quizás lo que más me escandalizó, decía sin cortarse un pelo «traté de embellecer el texto» (¿a cuento de qué?) y «no traduje algunas palabras turcas que había en su poético texto original», palabras como «compuesto» o «clima» (todavía si hubiera dicho «nemoroso» habría tenido un pase, pero ¿«clima»?).
Así que decidí echarle un vistazo al texto inglés con la traducción ya muy empezada y me di cuenta de dos cosas. (A) La lengua que se usa en la traducción al inglés me hizo pensar que mis padres habían tirado el dinero a la basura cuando me mandaron a Irlanda de chico, pero no. En la página Goodreads hay muchos anglosajones que no entienden gran cosa tampoco (síndrome True Detective). Particularmente me resulta conmovedora una señora que lo encuentra insoportablemente barroco y precisa que se ha leído dos veces En busca del tiempo perdido. También hay quien dice que la redacción parece de un siglo antes de que el libro fuera escrito, y una tal Suzy Hansen comenta en una crítica en la New Republic «The major problem with this edition of Tanpinar’s novel is that the translation makes it impossible to know whether or not it is actually a good novel», lo cual no entra en mis estándares de «buena traducción». (B, o sea, segunda cosa de la que me di cuenta) No era que el traductor hubiera adornado una miajilla el texto, es que le ha puesto dorados y lentejuelas y pompones y entorchados y bordados y oropeles. De entrada comienza el texto con un « la ciudad de dos continentes» que en el original no aparece y a partir de ahí, sigue. Eso no es simplemente «embellecer», es sacarse de la manga lo que no hay.
Se me ocurrió poner en la red social del anuario (así lo traducen en las series) algo que me escandalizó y que a Celia Filipetto le hizo mucha gracia porque la tiene: nuestro amigo traducía «un árbol bastante grande» por «a sprawling Platanus orientalis». A mí lo del «sprawling» ya me parece adornar, pero lo del plátano (que no banano) y encima en latín es que me dejó patidifuso. Lo hice público con la (mal-) sana intención de echar unas risas, pero, hoygan, una colega casi me capa emascula por mal compañero y demás y lo dejé correr porque no tenía ganas de follones. Según ella, las únicas formas decentes de criticar a un colega son (a) presentando una ponencia científica en un foro académico o (b) ante el comité (¿cómitre?) de ética de la asociación o colegio de traductores correspondiente. Airear las miserias del gremio en público es una indecencia que debe ser castigada.
Pero ahora han publicado la traducción en español (evidentemente, si no, no estaría escribiendo esto) y anda el personal dando la tabarra con la ciudad de los dos continentes y tal y yo temiéndome que me comparen con el colega. Total, que me acordé de algo que contó Eduardo Mendoza en Tarazona:
Hace poco protesté muchísimo en una editorial a propósito de un libro muy mal traducido. Al editor, que es amigo mío, le dije que tendría que darle cien azotes al traductor. El editor me dijo: “Vaya, tú que siempre defiendes a los traductores”. Y le contesté: “Por eso mismo: ya que no vais a premiar a los buenos, por lo menos castigad a los malos, que será una forma de establecer categorías”. Algo hay que hacer.
y he decidido compartir con ustedes algunos detallicos que me llamaron la atención aparte del plátano latino (en nuestro caso yo soy el bueno no premiado y el otro el malo no castigado). Los he clasificado en las tres categorías de las que hablaba el mismo señor traductor, pero en otro orden: la del embellecimiento, la del turco raro del autor y la de la no traducción (o hípernotraducción). Voy a dar muy poquitos ejemplos de cada porque no tengo paciencia y me aburro, pero si se molestan, cosa que dudo, podrán encontrar muchos más.
a) Embellecimiento. Un poner, donde el texto dice, o yo traduzco: «Lo cierto era que el suyo había sido un matrimonio infeliz desde el principio»; él dice, o adapta: «Truthfully, this had been no union of contentment from its genesis», que a mí me parece rizar el rizo una miaja. O llamar a la amada (en el amado transformada) «dulcinea» o «inamorata» (ambas en inglés en el original, digo, en la traducción). O «La claridad cristalina de la melodía estaba tan llena de reflejos oscuros que, sin quererlo, se unían los dos polos que hacen funcionar el espíritu humano, el amor y la muerte», que se convierte en «The lucid melody was laced with such crepuscular undertones that Eros and Thanatos, the two polarities in which the soul of mankind dwelled, merged involuntarily» (en turco es «Nağmenin billuru öyle karanlık akislerle doluydu ki, insan ruhunun çalıştığı iki uç, aşk ve ölüm ister istemez birleşikti», que no quiero que piensen que me comí lo de Eros y Tánatos).
b) Turco raro (que tampoco lo es tanto). Me limito a un ejemplo. En cierto momento le ocurre una cosa muy curiosa. En un párrafo, muy enrevesado, todo hay que decirlo, hay un personaje «que se paseaba con el orgullo de un toro asirio, convencido de que los antiguos dioses de la fertilidad le habían otorgado su potencia» (insisto en que esta traducción es mía). Pues bien, nuestro colega opina que no es un hombre sino una mujer (recuerden que en turco no hay género gramatical) con lo que se ve obligado a hacer el pino con las orejas para que aquello tenga algo de sentido, aunque tampoco es que le preocupe gran cosa.
c) Hípernotraducción. Lo curioso no es que no traduzca algunas palabras porque no le da la gana, sino que otras que están en turco normal y corriente él las transcribe en árabe. Es el caso de «mirac», «ascensión/elevación», que traduce (¿?) casi impepinablemente por «Mi’raj», aunque no se use en el sentido religioso («Mümtaz, in other words, believed he was living through a Mi’raj of Being and an Exaltation of Eşya»). Y, por si acaso, escribe también en árabe algunas que en el original no están (ni siquiera en turco). Por ejemplo, «La diferencia entre ellos residía…», lo traduce por «The difference between them, aşık and maşuk, was…», con esos aşık y maşuk que quién sabe de dónde habrán salido. Es decir, no está en el texto, pero si estuviera, y debería estar, no lo traduciría.
Hay también un cuarto apartado que podríamos llamar «cagadas generales» en el que no voy a entrar demasiado porque a todo el mundo le puede pasar (aunque ya tiene mérito estar haciendo una traducción con un lenguaje anticuado a propósito y luego soltar un «the hips of the sumptuous girl, which were exposed to the bikini line» en un libro escrito en los años cuarenta, y, sí, el subrayado es mío). Sin embargo, me veo obligado a citar una (otra) porque me parece un bonito ejemplo de equilibrio sobre el alambre cuando no se sabe lo que se está diciendo (podrían aprender muchos políticos). En cierto momento el original dice que el sultán Mehmet II y Descartes eran muy jóvenes cuando, respectivamente, el uno conquistó Constantinopla/Estambul y el otro escribió el Discurso del método. Por desgracia, nos vemos obligados a suponer que nuestro compañero ignoraba que ése era el título de un libro, porque «Estambul sólo se conquista una vez. El discurso del método sólo se escribe una vez» («İstanbul bir kere fethedilir. Usul Üzerinde Konuşma da bir kere yazılır»), lo traduce por «Istanbul was conquered just once. As is customary, a lecture is written only once»; es decir «método»>«as is customary» y «discurso»>«a lecture», que igual no había estado mal en otro contexto. De forma similar, traduce el «liquid splendour» de Shelley por «exquisite effluvia» (sí, ya sé que Shelley escribía en inglés, pero igual se dice de otra forma en EE. UU.-nidense; para comprobarlo he probado a poner en el gúguel Shelley+«exquisite effluvia» pero no me sale ná).
Por supuesto, cualquier universitario de medio pelo (yo mismo, que me lo tengo que cortar, el pelo) puede justificarles todas estas decisiones en dos patadas tirando de Nida por acá y de Venuti por allá, pero no sé si es lo que espera un lector de una edición comercial. ¿Qué? ¿Que da igual porque el lector no va a saber cómo es el original y que mira tú las Rubaiyat? Bueno, es verdad, pero, de todas formas, es mosqueante que sólo a uno de los comentaristas de la obra en Amazon no le parezca mal la traducción. Claro que serán lectores normales y corrientes y no traductólogos de pro.
En fin, me dirán ustedes que chivato, acusica, y que la rabia me pica y demás, y que cómo se me ocurre hablar así de un compañero y que si no será envidia. Pues miren, igual sí, pero lo que no me gustaría es que cualquier pijo que le haya echado una ojeada a la versión en inglés y esté en pleno orgasmo lírico porque no entiende nada lea la mía y piense que es una caca porque sí se entiende. Oiga, que el original también lo entendían los que lo leyeron por entregas en su momento en el periódico. Si lo hiciéramos todos así, acabaríamos traduciendo el latín en, ¿lo adivinan?, en latín, pero adornado por si acaso.
Huy, Rafa, pues no te ha pasado lo peor: a una colega que traduce del noruego, que no es tan raro como el turco, pero también tiene su aquél, hace nada un «corrector» (de esa categoría que yo conozco por corrector Iznogud), le destrozó la traducción porque se empeñó en compararla con la traducción inglesa (que no debía de ser nada del otro mundo. Para empezar, más que traducción era exégesis del original noruego). Con tal fervor y fidelidad lo hizo que parecía claro que estaba convencido de que el original de la obra era la traducción inglesa.
Nuestra colega se chapó setecientas páginas de galeradas en que tuvo que desfacer todos los entuertos. Con una mano los desfacía y con otra se mesaba los cabellos mientras se preguntaba por qué la editorial y el corrector se fiaban más del traductor inglés que de ella y por qué, en vista de lo cual, no le había pedido la editorial al corrector que tradujera directamente la obra noruega del inglés, lo cual habría ahorrado a la susodicha editorial un montón de tiempo que dicen que es oro.
Querida Maite:
Como decía el protagonista de un cuento que traduje para la tesis: «Eso, eso». He llegado a la conclusión de que los originales están en inglés y se traducen a las diversas lenguas. O bien que la lengua angélica, que no la quiero para nada si no tengo caridad, es el inglés y siempre se debería traducir de esa versión. A no ser, claro que el original esté en francés, que entonces tiene más caché.
Saludos veraniegos
En los antiguos viajes transatlánticos, el capitán de la nao llevaba consigo tres cronómetros. Portar uno solo resultaba una práctica inútil, pues nunca sería posible saber si andaba o no averiado, lo que podría conducir a graves errores de cálculo en la ruta. Llevar dos cronómetros tampoco tenía sentido, pues en caso de desacuerdo: ¿cómo saber cuál de ellos era el que adelantaba o atrasaba? Por eso llevaban siempre tres, pues no era probable que si existía disparidad entre dos de ellos y el tercero, los dos primeros fallaran exactamente en el mismo sentido.
Si el Tiempo (así en abstracto) equivale, en la analogía propuesta, al Autor del Texto Original en Turco, entonces los diversos traductores serían los cronómetros. En ese caso harían falta no dos, sino tres traductores, para ver si en verdad alguno de los cronómetros desvaría o no desvaría. Salvo, por supuesto, que uno de los cronómetros se llame Rafael Carpintero, en cuyo caso sobran todo tipo de relojes y traductores. Esto no es un Elogio Desmedido, pues mi cronómetro marca siempre la hora exacta. Salud y Türk Lirasi.
Querido amigüito: Si me permite que me ponga un poco patafísico, el que menciona es el lío del tertium comparationis, bastante habitual en las teorías y estudios sobre esto de la traducción, aunque parezca increíble. De todas formas, el poblema es mucho más sencillo: el editor no sabe lenguas raras, ergo el editor lee los libros en inglés (o francés y si lo hace él/ella y no un subordinado, que es lo más probable); el editor confía ciegamente en el poderío de los países anglosajones (o en el capital cultural de los francófonos) al tiempo que siente una profunda suspicacia por las personas que traducen al español/castellano (por varios motivos, encontrándose entre ellos que podrían dedicarse a otra cosa, que es algo que puede hacer cualquiera con un buen diccionario, que todas las traducciones al susodicho español/castellano son intrínsecamente malas y que el traductor pretende una recompensa monetaria y un plazo exagerado por algo que a todas luces es un privilegio –trabajar por la cultura en su casa– que se hace en dos patadas), ergo la traducción a las otras lenguas no nativas siempre será infinitérramente superior a la propia.
Bueno, creo que me he perdido. Todo se reduce a lo siguiente: me disgustan profundamente los traductores que pretenden tener presencia a costa del autor. ¿Por qué? Porque me da la impresión de que lo que hacen es otro libro.
Por cierto, hay algo de Borges… A ver si lo encuentro… Ah, aquí está. Espero que le guste:
Salud y saludos agosteños. Espero que nos veamos en septiembre
la bocca mi basciò tutto tremante.
Galeotto fu ’l libro e chi lo scrisse:
quel giorno più non vi leggemmo avante
E caddi come corpo morto cade.
Lagarto, lagarto.
¡Salud! Señor de los Cronómetros.
Ya está en mis manos Paz/Huzur. Veinticuatro euracos y pasta blanda, pero por lo que veo, aquí, lo importante nos es el envoltorio con la contraportada ya doblada en diagonal.
Me esperan muchas horas de entretenimiento, gracias al ingenio del autor y al oficio del traductor, cosa que se aprecia ya desde las primeras páginas.
Sirva como ejemplo la magnífica descripción, que consiguen entre ambos, de los dos tipos de llantos de Sabiha. El meramente interesado y manipulador y el dolorosamente sincero e incontrolable.
Paz, sosiego, tranquilidad, serenidad y royalties.
Y que no tarde mucho el próximo mandao….
Gracias. No es que sea la típica lectura agosteña, pero no está mal. A mí me gustó más la de los relojes, pero según la traductora holandesa de ambos libros, es una cuestión de carácter. Como la playa o la montaña, el muslo o la pechuga, etc.
Buenas lecturas
¿Sólo se consigue este libro en España? Lo he estado buscando en las librerías en México y no sólo no lo tienen sino que nadie tiene idea de qué les estoy hablando.
La verdad es que no tengo ni idea. Sexto Piso es una editorial mexicana, por lo que yo sé (me consta que pidieron allí una subvención para el libro), pero eso no quiere decir que se venda allá. Lo único que se me ocurre es que se lo pregunte directamente a la casa central. Por cierto, tiene suerte de que sea un libro con un título normal. Tendría que verme de librería en librería preguntado si tenían ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Suerte y un saludo
Jajaja, muchas gracias por la respuesta y por el título normal. De paso le agradezco profundamente todo su trabajo, que me ha ayudado muchísimo a acercarme al mundo de la literatura turca, ¿para cuándo se anima a hacernos una traducción de la obra de Oğuz Atay? Saludos afectuosos desde la capital mexicana.
Siento la tardanza en la respuesta, pero tengo el blog muy abandonado. Como soy un traductor mercenario, tendría que haber alguna editorial interesada en Oğuz Atay (que lo veo muy difícil) y luego tendrían que proponérmelo (que tampoco anda el horno como para bollos).
Un saludo desde la no capital turca
¡Salud!…
Ya lo he leído. Me ha gustado. Lo que se le ocurre al turco y lo que me cuenta el español que se le ocurre al turco.
Y sobre todo las palabras, frases y giros que utiliza el español para contármelo.
Supongo que no quieres renunciar a tu apellido, pero más que «carpintero» me pareces «ebanista»
Ebanista pero cercano, familiar. Algo gruñón, pero familiar.
Más que a traductor de turcos deberías dedicarte a guionista televisivo o corrector de prensa.
Cada día recibo una docena de martillazos en los dedos de mi idioma. Más de uno me lo doy yo, ya lo sé. Pero no he percibido ni uno solo en las quinientas páginas de Paz/Huzur.
Ni dejes de hacer «mandaos», ni te mueras nunca señor Carpintero/Ebanista…
Voy a buscar el de los relojes….
Muchas gracias por tanta alabanza. En realidad sí que me dedico a corregir; aparte de mis traducciones, que hay que corregirlas mucho, las marditas redacciones de mis estimados y nunca bien ponderados alumnos/no muy estudiantes. Si es duro hacerlo cuando escriben en su lengua materna, imagínese en otra.
Por cierto, hace nada salió en un blog una reseña de la novela de los relojes.
Salud
Querido Colega:
Lleva Usted mucho tiempo ausente del blog. Me preocupa su salud. ¿Qué tal una señal de vida, para tranquilidad nuestra? ¡Que todo marche muy bien!
Mateo Cardona
En efecto, hace mucho tiempo que no lo toco y no sé muy bien si volveré a hacerlo. Ando liado con otros asuntos, lo cual siempre es positivo, y creo que le he cogido un poco de manía al blog.
Salud y pesetas
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