Entrada dedicada a buenos entendedores que leen ciertas cosas. En latín: intelligenti pauca.
Voy a contarles la historieta por si se les olvidó el latín del bachillerato o porque a lo mejor el suyo no fue unificado y polivalente como el mío. Pos resulta, según dicen que cuenta Plinio el Viejo porque, la verdad, no me lo he leído, que un día de la antigüedad más antigua andaba el pintor griego Apeles tan contento pintando cualquier cosilla cuando un zapatero (y no se trata de ninguna indirecta política) tuvo a bien señalarle que había metido la pata en no sé qué (como no me lo he leído…) de una sandalia. Pese a lo que dice la wikipedia («[Apeles] era bastante receptivo y abierto a la crítica constructiva») me da en la nariz que no le debió de sentar muy bien. Pero bueno, es que el zapatero también era un listillo y empezó a darle la tabarra. Claro, Apeles no podía consentir que se le subiera a las barbas y cuando el zapatero se puso a opinar de la rodilla del retrato, le dijo: «Ne supra crepidam sutor judicaret», que quiere decir «El zapatero no debe juzgar más arriba de las sandalias», que en español ha dado lugar a la simpática expresión «Zapatero, a tus zapatos» o, en otro contexto, o tratándose de personas menos receptivas y abiertas a la crítica: «¿Por qué no va usted a que le sodomicen?». La verdad es que no acabo de creerme la anécdota porque si Apeles era griego, ¿para qué hablaba en latín? Por cierto, hace unos años rondaba por las televisiones españolas un tal padre Apeles que no tenía nada que ver con el pintor griego pero que en algún momento quiso ser traductor jurado, o eso leí en algún boletín profesional, supongo que en la sección de «sucesos».
Me viene al pelo lo de la pretensión del padre Apeles porque, aunque todas las profesiones lo son, los traductores somos especialmente susceptibles a que nos toquen las narices zapateros metafóricos (o, más exactamente, sinecdóticos, por aquello de la parte por el todo). La verdad es que a cualquiera le molesta, piensen ustedes en aquel fontanero polaco que no trabajaba en las casas francesas porque restaba en Polognia, tal y como reza el cartel (siempre me ha hecho gracia eso de que los carteles recen, se los imagina uno entonando el «Pange, lingua, gloriosi», ya que estamos con el latín), y que cada vez que iba
a arreglar un grifo el dueño de la casa lo freía a consejos no solicitados y menos especializados: «Y digo yo, ¿no sería mejor usar una zapata de goma? Escuche, ¿por qué no utiliza esa otra llave inglesa? Oiga, ¿cómo es que no aprieta ese tornillo?». Que al pobre fontanero le entrarían unas ganas terribles de contestarle: «Ne supra grifo paterfamilias imbecillis judicaret». Que no sé cómo se dice grifo en latín porque se ve que mi bachillerato tampoco era tan polivalente como nos contaban. Por cierto, aunque no tenga nada que ver, aquí en Turquía era costumbre, actualmente en extinción, que distintos profesionales autónomos fueran ofreciendo sus servicios o productos a grito pelado por la calle. La verdad es que nadie entendía/entiende un pimiento de lo que gritan porque lo que te sabes es la musiquilla. Pues bien, cierto gremio aullaba, o, más bien gemía, entre gemido y aullido, algo que yo no entendía lo que era hasta que me lo dijo, o lo adivinó, Mª Jesús, que para eso es de francés. Sí, también lo han adivinado ustedes, el grito decía (rezaba) «plombier» o, en turco, «plombiye», como nuestros plomeros de antaño.
Pues esto de las opiniones no solicitadas es muy frecuente en las traducciones. ¡Ojo!, que no digo que el personal no deba darlas ni que no estén capacitados hasta cierto punto. Es decir, es como si yo fuera a un bar de mala muerte, me pidiera un gazpachito en vaso, opinara en voz alta que me parecía que estaba soso y el cocinero me soltara: «Pues hazlo tú mejor, so listo». No señor, eso no es así, mi incapacidad de cocinar no es proporcional a la de opinar (puede que me haya hecho un lío), porque, por mal que cocine para grave riesgo de mi integridad física y la de presuntos comensales, me gusta comer bien y sé reconocer un gazpacho soso e insulso. O sea, que uno puede opinar de una traducción si el plato, el contenido del plato (o vaso, en el caso del gazpacho), no le parece bien.
Lo que nos molesta a los traductores es que el personal, como el zapatero del cuento, se meta donde no le llaman. Imagínense que tenemos que traducir de una supuesta lengua la expresión «que te den morcilla» y entonces alguien, que tiene una ligerísima idea de la lengua en cuestión, empieza a tocarte las narices con que la palabra que has escogido no es exactamente lo mismo que en el original porque hay muchas clases de morcilla, de arroz, de cebolla y tal, y que las referencias culturales no se mantienen porque la morcilla de Burgos se come mejor frita que cruda y venga dale que te pego. Aquí ya no estamos hablando de que a alguien le parezca que el español de la obra traducida es incomprensible, aquí hablamos de moscardones testiculares, o de ser más papistas que el Papa (que en turco se dice «ser más monárquico que el rey»). Porque traducir para el mercado editorial parece la mar de fácil, pero no lo es tanto. Un poner, supongamos que un personaje de una novela española dice: «Me merendé un bocadillo de morcilla», por seguir con lo mismo. El lector español puede pensar que el susodicho personaje se va a pasar la tarde con una digestión de aquí te espero y ya está. Pero, ¿y si queremos traducirlo, por ejemplo, al turco? Primero: en Turquía no hay morcilla. Segundo: no quiero ni pensar las arcadas que les entrarían a los lectores turcos pensando en la guarrada que se está comiendo el personaje. Pero no, nuestro conocedor superficial de lenguas seguirá insistiendo en que la morcilla es morcilla y la mortadela, mortadela y que no es lo mismo porque la de su pueblo la hacen así y asá y hay que ver lo que chilla el marrano cuando la matanza.
Pero bueno, esto es normal. Sin ir más lejos, la mayoría de mis estudiantes, como son jóvenes e inocentes, te agarran cualquier traducción y te la dejan hecha unos zorros porque eso no es así exactamente y demás. Y si agarraran al traductor lo dejarían hecho un Ecce homo, que a ver cómo traducen eso literalmente si encima no son cristianos. ¿Se imaginan a una abuela de novela gritando a su nieto: «¡Pero, hijo, cómo te has puesto! ¡Si vienes hecho un he aquí el hombre!»? Bueno, que divago. Lo que quería decir es que es normal y humano. Como lo del fontanero, vaya. Tú tienes una ligerísima idea de algo, te aburres y te pones a molestar a alguien que está haciendo precisamente eso. Si te aburres, ¿qué vas a hacer? Ya se sabe, cuando el diablo se aburre…
Lo que de verdad le sienta mal al traductor (o a este traductor) es que esas mismas opiniones procedan de colegas. No te digo yo que seamos como policías de película, que le tragan al compañero carretas y carretones porque mira tú lo que le pasó a Serpico, pero todo tiene sus límites. En general, esto viene por lo de las publicaciones, por lo que podrán deducir que la mayoría de estos críticos son académicos. Como tienes que publicar lo que sea y no se te ocurre nada, en lugar de hacerte un blog como este y soltar la primera chorrada que se te venga a la cabeza, que no da puntos, te pones a pensar. ¿Y qué digo? ¿Qué puedo escribir que me lo publiquen en el Journal of Chuminose Translations de la universidad de Pegotillo de Arriba? Pues te trincas una traducción cualquiera y la pones del revés, con el beneficio añadido de que te las puedes dar de listo. Por ejemplo, coges una frase desconocida como «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo» y empiezas a ponerle peros. Por ejemplo, que «sitio» estaría mucho mejor que «lugar» porque también hace referencia a una «casa campestre»; que «la Mancha» debería traducirse por el nombre oficial de «Comunidad de Castilla-la Mancha»; que «cuyo» está en desuso; que en lugar de «no quiero acordarme» sería más elegante y eufónico traducir «prefiero olvidar», etc. Luego propones una traducción alternativa y santas pascuas. Por ejemplo: «Hace algún tiempo vivía en un sitio de la Comunidad Autónoma de Castilla-la Mancha, el nombre del cual prefiero olvidar, un noble de tan baja categoría que no salía en el Hola«, que queda mucho mejor, dónde vamos a parar. Y, como remate, das una conclusión ex cathedra que asuste a cualquiera que pretenda objetar: «En resumen, podemos asegurar que la traducción de la obra, amén de apresurada y descuidada, es un absoluto desastre, hasta el punto de que si alguien se atreve a llamarlo traducción tendría que ser consciente de que me he quedado con su cara y le espero en la calle». Y así, cualquiera se atreve a contradecirles, claro. Hasta es posible que el propio traductor vaya a entregarse a la policía, aunque no le hagan caso.
No sabes cómo lo comprendo. Aunque es cierto que mis traducciones no las ponen a bajar de un burro académicos leídos (no tengo tanto nivel), el otro día, un tipo de un blog de cuyo nombre no quiero acordarme pidió indignado a una editorial que contrataran «a otro traductor» porque había encontrado no sé qué porques juntos o separados (no se aclaraba ni él mismo, y cuando le pedí explicaciones, se fue por los cerros de Úbeda) en una novelita de apenas quinientas y pico páginas…
Inútil era explicarle que que se encuentren erratas en los libros pasa hasta en las mejores familias y no por ello debía yo arder en el infierno… Al final, lo dejé por imposible, porque el tipejo estaba erre que erre, pero mira, sí, la traducción atrae a más zapateros y a más diablos que otras ocupaciones… A veces se siente una como el obrero que tiene que aguantar los comentarios de los jubilados del otro lado de la barrera y sí, dan muchas ganas de callarles la boca.
De mí uno dijo que era pésimo por algo parecido y también pidió una nueva traducción. Pero no me refería a eso, sino a artículos como éste: http://cvc.cervantes.es/trujaman/anteriores/junio_12/18062012.htm
Me parece demasiado fácil y un poquito cruel. Seguro que se puede hablar de cualquier otra cosa (yo lo hice).
Saludos
Me gusta Muy divertido.
Gracias. Afortunadamente no iba conmigo.
BUENÍSIMO!!!
Gracias, a mandar.
Por cierto, muy bonito el poema de los osos amorosos. Qué pena que se hayan terminado las clases.
Esta mañana una colega italiana comentaba en su página de Facebook que estaba harta de leer artículos de académicos sólo para verlos subrayar los descuidos de los traductores con el lapicito rojo y poner en un pedestal a los escritores-traductores. Que esa es otra. A veces abunda mucho de esto que se ve en esta foto, también de FB, y de Enric Jardí, un diseñador gráfico muy, pero que muy ingenioso: https://www.facebook.com/photo.php?fbid=10151024528055943&set=a.10150555213290943.428078.748810942&type=1&theater
Parece que no tengo permiso para ver la foto. Lo de los escritores-traductores también tiene tres días con pasado mañana (que diría mi madre). No sé si leyó voacé lo que se decía hace poco de algunas traducciones alabadísimas de Córtazar, por ejemplo el Robinson Crusoe. Otra; hace poco, en un simposio, un ponente hizo un análisis de la traducción de Primo Levi de un soneto de Schiller (si mal no recuerdo) y en los ruegos y preguntas alguien preguntó un poco retóricamente si la traducción parecería tan maravillosa si no fuera de Primo Levi (la respuesta es no).
Al final no os ha dicho ud. cómo se dice «que te den morcilla» en turco, que nos vendría muy bien a los que estamos por estas tierras… yo lo traduciría como «sana bir sucuk versinler», que aunque el embutido escogido no se parece a la morcilla mucho siempre puede pasar como adaptación, o mejor, «sana bir sucuk versinler, lan», con esa coma seguida de «lan» para que el lector infiera que es una expresión «borde». Ahora que no sé yo si quedaría muy claro lo que el escritor querría decir.
Yo no creo que quedara muy claro. Por cierto, el dicho español viene de que antiguamente se les daban morcillas envenenadas a los perros callejeros. En cuanto al sucuk… todavía no me he acostumbrado a que aquí consideren un exquisito desayuno dominical unos huevos con chorizo. Salud.
Me alegro de no ser el único que leyó con estupor el truja mentado. (Suspiro.)
Pues creo recordar que lo leí porque usted colgó el enlace en secreto en feisbuh. Lo peor es que estamos tan acostumbrados a leer ese tipo de comentarios que los tomamos por algo natural. Sin embargo, a pesar de que el deporte rey no es lo mío, jamás he oído a un balompedista hablar mal de otro, exceptuando cuestiones personales, que no es el caso.
¡Ah, no! Yo eso no lo colgué en el feisbu (por si acaso, lo he repasado). Como decía aquél: entre bomberos no nos pisemos la manguera.
Sería Robert Falcó. Ojo, no digo que nadie lo colgara con segundas.
Yo he hecho alguna traducción de las facilitas y sé lo duro que es, pero el nivel de pitorreísmo al que se está llegando es gravísimo. También entiendo que a los traductores, como en cualquier profesión, los presionan con plazos y tarifas misérrimas, y que así sale a veces lo que sale. En informática, por ejemplo, a veces se entregan churros que apenas si funcionan no por gusto, sino porque con el tiempo que han dado y con el personal asignado, bastante es ya que se haya podido terminar.
Los dos casos más salvajes que me he echado en cara fueron la traducción a partir del inglés de una novela china, La vida y la muerte me están desgastando, que traducían «game» por juego cuando en una frase en concreto significaba «caza mayor».
http://www.larealidadestupefaciente.com/2010/11/libro-la-vida-y-la-muerte-me-estan.html
La más grave que conozco es la última parte de la saga romana de la autora de El pájaro espino, que era inenarrable: la gente «cambiaba sus mentes», se cuelan los falsos amigos más simples y todo parece hecho por el más cutre de los traductores de fansubs, que algunos dirán que son héroes, pero para mí sólo reafirman aquello de lo atrevida que es la ignorancia.
http://www.larealidadestupefaciente.com/2011/04/antonio-y-cleopatra-de-colleen.html
¡Ah, lo de «game»! El ejemplo más célebre es la peli The crying game, traducido por «juego de lágrimas» y que a mí me habría gustado que fuera «la corza herida». En cuanto a lo otro, no sé quién tendrá más culpa, si el traductor poco profesional que se mete en camisa de once varas o el editor que publica un libro que es un desastre (parece que los editores de mesa y los correctores estuvieran desapareciendo).
De todas formas, la entrada no iba por ahí, sino por esos artículos tan frecuentes, sobre todo en la universidad, que agarran una traducción, la ponen verde y adiós muy buenas. Se me ocurren un par de preguntas: ¿Realmente le interesa a alguien? ¿Cómo es posible que se acepten artículos parecidos en la universidad? Imagínese un médico escribiendo un artículo sobre lo desastroso que es el tratamiento utilizado por otro médico. ¿Se lo imagina? Porque yo no. A eso me refería.
Por cierto, bonito blog el suyo. A mí me gustaban más los juegos de SPY que los de Avalon Hill.
Acabo de leerme su entrada sobre el libro de Mc Cullough y me parece magnífica la idea de devolver las malas traducciones (también podíamos añadir los originales mal escritos) como ejemplares defectuosos. Un saludo.