¡Mamáaa, tengo hambre (intersemiótica)!

School children holding one of the large heads of cabbage raised in the War garden of Public School 88, Borough of Queen - NARA - 533646

«¡Mira tú qué col más gorda, menos mal que no somos belgas!». «¡Pero, padre mío, no juegues con la comida! ¡Cómo se nota que no han pasao hambre!»

Llegar a cierta edad tiene sus ventajas, como que no te da apuro confesar tus gustos y no tienes por qué justificarlos. Por ejemplo, yo que nací el año de la crisis de los misiles en Cuba y en que comenzó el concilio Vaticano II (¡Atención teóricos de la conspiración! ¿Casualidad?), puedo decir bien alto que aborrezco las coles de Bruselas y los kiwis, que prefiero las pizzas sin alcaparras  y que me gustan más las gambas que los langostinos (aunque sean más gordos). Otro tanto puedo hacer con la literatura: el Ulises me parece un plomo, a Dickens no lo aguanto, Dostoyevsky me parece un comecocos y me gusta más La Regenta que Madame Bovary (aunque no es tan gorda, la novela). ¡Ojo! No insinúo que nada de eso sea malo, nada más lejos de mi intención que negar las virtudes de las coles de Bruselas, pero no me gustan y mis papás no me obligan a comérmelas (cosa que nunca hicieron, por otra parte, a lo mejor a ellos tampoco les gustaban, o a mi abuela, que era la que gobernaba la cocina como si fuera un barco). Con la literatura, tres cuartos de lo mismo, no hablo de la mala literatura porque, en general, no me hace muy feliz. A veces sí.

Todo esto viene porque lo que sí me gusta, cuando buena, es la ciencia-ficción, ficción científica, literatura de anticipación o como quieran. La mala, no. Como he llegado a cierta edad, pues además me permito el lujo de que me gusten novelas concretas y no autores en general. Por ejemplo, Cita con Rama me encanta, así como otras novelas de Arthur C. Clarke, pero tiene cada pestiño que no veas. Mutatis mutandis (como nací el año del concilio, estudié algo de latín) me pasa lo mismo con Los desposeídos y Ursula K. Le Guin (-do) y muchos más que no se me vienen a la cabeza. Bien, pues hace unos meses, viendo el revuelo que se estaba armando, sentí curiosidad por Los juegos del hambre y le pedí consejo a su traductora Pilar Ramírez Tello, que no me desanimó de su lectura. De Pilar no me queda más remedio que fiarme porque ha traducido una de las obras cumbres de la literatura contemporánea universal: Guerra Mundial Z, que ha sido una pena que saliera en plena zombiemanía, que si no le dan el Príncipe de Asturias y de Gales al autor y a la traductora el Nobel y el Óscar.

Total, que me leí los tres libros de los juegecitos de marras (me los leí en inglés, no porque sea así de pijo, que no lo sé, sino porque en Estambul a ver dónde encuentro las traducciones de la Sra. o Srta. Ramírez Tello) y me gustaron una hartá. Me ocurrió como a Vargas Llosa con los de Millenium (no pretendo compararme con Vargas Llosa, que, sin ir más lejos nació en el Perú y yo no), que nos lo pasamos como enanos leyéndolos. Y no es que sea muy partidario de la literatura juvenil actual, que todo son dragones y buenas intenciones, pero estos libros me devolvieron a la literatura juvenil que leía en mi juventud (de mayor no he sido capaz de releerme a Salgari), con sus buenas dosis de violencia y mala uva, que tanto vampirito enamorado no puede ser bueno, hombre. Eso, que me lo pasé muy bien y, si el adolescente lector (¿existe eso?) quiere que el libro tenga una «moral», como dicen mis estudiantes, pues Los juegos del hambre también la tienen.

Y en eso que se me ofrece una oportunidad de felicidad sádica inigualable. La película la estrenan en Estambul un mes antes que en España, con lo que podría destripársela a todos mis corresponsales hispanos (cosa que no he hecho, como verán). Ni corto ni perezoso, me fui al cine, a una sala grande con un pantallón de mil demonios y, como era la matinée del domingo, con cuatro gatos y seis espectadores. Y, señores y señoras, ¡qué decepción! (Aviso: a lo mejor se me escapa algún spoiler o destripe, así que si siguen leyendo lo hacen bajo su propia responsabilidad). En primer lugar, el cameraman (o woman) responsable o encargado tenía un pulso que con una pistola no le habría dado ni al suelo (Modesty Blaise no es un ejemplo de buena literatura, tampoco James Bond y bien que le gustaba a los estructuralistas franceses), parecía que tenía el baile de San Vito o, en su defecto, cuartanas. ¡Qué temblores, madre mía! Y no servía de nada agarrarse al sillón. Además, al buen man o woman le daba por enfocar detalles muy detallados, por ejemplo una oreja, y lo demás te lo dejaba a tu imaginación, aunque no sé yo qué significa una oreja. Más: la prota del libro habla poco y piensa mucho. Como ya saben todos ustedes, en el cine no es posible ver los pensamientos de los personajes, o sí es posible pero es un rollo, con lo cual no sabes si es que es pensativa o medio imbécil. Y el que claramente es imbécil (en la peli) es su coleguilla Pita, con el que la prota tiene un lío coríntelladesco que no cuento, que parece tan contento de que le vayan a matar. ¡Peeta, idiota, que no te están saludando porque les caigas bien, es que tienen mucha mala idea! Y todo así.

El problema o poblema está en que en la novela te dan bastantes explicaciones para que entiendas por qué los personajes hacen lo que hacen y en la peli prefieren, un poner, ponerte un rato a alguien corriendo no sabes muy bien adónde antes que explicarte nada (¿será una técnica de márketing de los libros?). Eso sí, la fotografía muy bonita. Es una frase que cuando oigo aplicada a una película me echo a temblar. «¿Qué tal es Barry Lyndon?» «Tiene una fotografía maravillosa». Malo, a correr en dirección contraria (una amiga de mi hermana que sabía una hartá de cine nos dio la mejor definición para Barry Lyndon: «un coñazo bellísimo»). Total, que Los juegos del hambre «the movie», como que ni fú ni fa, y eso que me había leído el (los) libro. ¿Por qué hacen eso, Dios mío? Como si no hubiera películas mejores que la novela, como Blade Runner sin dejar la ciencia-ficción (de Philip K. Dick me gustan más los cuentos que las novelas. Por cierto, todavía me acuerdo del apuro que pasé en la librería preguntando: «Oiga, ¿tienen Sueñan los androides con ovejas eléctricas?», y el dependiente «¿Mande? ¿No se estará quedando conmigo?»), o el Dr. Zhivago, con lo guapa que estaba Julie Christie, o casi, casi, Lo que el viento se llevó. Entonces, ¿por qué hacen una película petarda de un libro que está bien?

Yo me supongo que el proceso es así: El productor le dice al director: «Oyes, ves y me haces una peli de este libro, pero, ojito, que es para jóvenes». El director, un señor maduro, le pregunta a un tío de márketing primo de la secretaria del productor: «¿Tú sabes qué les gusta a los jóvenes de hoy?». Y el otro, la mar de pelotillero, le responde: «La MTV». «Y eso qué es». «Pos una cadena de vídeos musicales donde salen muchas tías buenas». Total, que el director se ve unos vídeos y llega a las siguientes conclusiones: a) a los jóvenes la historia que haya que contar les importa un pimiento; b) a los jóvenes les gustan las cámaras saltarinas, los primerísimos planos de orejas y la cámara lenta; c) a los jóvenes les gustan las tías buenas y a las jóvenas los tíos buenos (este cronista se ve obligado a confesar que le pareció que la película andaba un poco deficitaria en el último punto). ¡Chas, ya tenemos película! ¿Que no se enteran los jóvenes? Total, andan antontaos con tanta maquinita. ¿Que no se enteran algunos jóvenes más pesaos que no tienen maquinita? Que se lean el libro, adónde vamos a parar con tanto intelectual de vía estrecha, hombre.

En suma, que no pienso comprarme el DVD como sí me lo compré de Master and Commander, que también la vi en pantalla gigantesca y menuda pasada. Pena que en la tele no sea lo mismo. De todas formas, amiga Pilar, con los royalties que te vas a sacar igual puedes cambiar la lavadora y tomarte un par de bocadillos de calamares en el bar de abajo (sin mayonesa, la mayonesa va aparte).

P.D. (o más exactamente P.S., a la anglosajona, porque la fecha es la misma): Para los que no sean del gremio, explicarles que Jakobson (el del esquema de Jakobson del libro de lengua de C.O.U.), con muchas ganas de enredar, llamaba traducción intersemiótica a lo que en español llamamos adaptaciones, cinematográficas sin ir más lejos.

Acerca de Rafael Carpintero

Traductor y profesor en la Universidad de Estambul
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17 respuestas a ¡Mamáaa, tengo hambre (intersemiótica)!

  1. Pilar dijo:

    Lo de la lavadora nueva llega tarde, pero si un día te vienes por aquí, te invito a ese bocadillo de calamares, faltaría más.O incluso a una ración de berenjenas con miel, si me da por ponerme rumbosa, siempre que las berenjenas no entren en la misma categoría que las coles de bruselas, claro.

  2. Sole dijo:

    ¡No nos habías dicho que conocías a la traductora de Guerra Mundial Z!! Tu sobrino está emocionado. Ya me pasarás los libros de Los Juegos del Hambre. Un beso

  3. julian bluff dijo:

    Hola a todos!

    De ciencia ficción -bien poco he leído- recuerdo que me impactó bastante «El Planeta de los Simios». Lo de Tölkien, que no se si los puristas lo considerán o no ciencia ficción me pareció un plomo. Y lo de Ende, lo mismo. Lo he intentado también, m parece, con Leem y con Asimov. Y ya.

    Definitivamente la ciencia ficción no es lo mío. Hay por ahí un autor español llamado Somoza que dicen que mola. Al parecer, lo traducen a un montón de lenguas. ¿Habéis oído hablar de él?

    • ¡Oh, se me olvidó El planeta del los simios! Otra peli (la antigua) que es muy superior a la novela original. Nota: ni Tolkien ni Ende son ciencia-ficción lo mires como lo mires, purista o no. De todas formas, no importa y no debería importarle porque claramente no le gusta ni tiene por qué gustarle (volvemos a las coles de Bruselas). Personalmente, Asimov no me hace demasiado feliz y a Lem no lo aguanto. De Somoza me leí Zigzag y no sé cómo lo hice, pero me entró por un ojo y me salió por otro. Ahora no sería capaz ni de decir de qué va.
      Salud y pesetas

  4. Celia Filipetto dijo:

    He visto la peli pero no he leído las traducciones de Pilar Ramírez Tello. Tampoco he leído LJdH en inglés. Y debo decir que la peli me gustó. Jennifer Lawrence está fenomenal (os recomiendo también Winter’s bone donde bordó el papel protagonista). Estoy de acuerdo contigo, Rafael. Peeta no me gustó nada.

    • Pues las traducciones fijo que son buenísimas (pelotilleo gratuito porque nunca se sabe). La peli no es que no me gustara (tengo muy buenas tragaderas), sino que creo que te quedas a dos velas. O, mejor dicho, si te has leído los libros, crees que el resto del género humano se quedará a dos velas. La prueba es el tal Peeta: de la peli sales con la idea de que sigue palante porque se le aparece la virgen (nunca mejor dicho, puesto que ni él ni ella dan pie a la concupiscencia y al pecado); en la novela, sin embargo, es bastante listo el muchacho, seguro que tenía estudios y todo. Y sigo preguntándome qué significan los saltos de la cámara y los enfoques sorprendentes. Si no significan nada como la soledad existencial del ser humano ante la violencia del Estado o algo así, es para matarlos.
      Salud

  5. Alicia dijo:

    Sr. Carpintero, no descuide Ud. nunca su faceta de creador de tendencias friquis y fino analista del mundo juvenil. Siguiendo tu blog, le he comprado a mi hijo Gonzalo «Los juegos del Hambre» (un poco hardcore, la verdad) y ha sido el primero de su clase en leerlo. Ya puestos he seguido con lo primero de ciencia ficción que he pillado por casa y salió «La Fundación». Pues también le gustó. A ver si encuentro el de los zombies y de paso me lo leo yo.
    Gracias rafa por el blog. Alegra el día leerlo-

    • El truco está precisamente en que los libros sean un poco hardcore, precisamente. No creo que los pre y adolescentes (por lo menos, ellos) estén deseando encontrar historias llenas de buenos sentimientos. Hay que desfogarse un poco. A mí, de la Fundación me gustaron más las novelas; o sea, el segundo y el tercer libros. El de los zombies tendría que ser lectura obligatoria en los cursos de teoría de la literatura, por lo menos. Gracias a vosotros. Salud y pesetas.

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