S.T.T.L.

Juana la Loca de Pradilla

¿Un vaso de agua fría todo acalorado? Pero, ¿en qué cabeza cabe?

Algo que siempre me ha hecho gracia del turco es que cuando se muere un no musulmán, la frase que hay que decir es «toprağı bol olsun», que significa algo así como «Que la tierra le sea amplia/ancha», o «Que le sobre la tierra», o «Que la tierra le esté unas tallas grande». Y me hace gracia porque se parece muchísimo al «Sit tibi terra levis» latino. «Que la tierra te sea leve», ése S.T.T.L. que verán en muchas lápidas de los romanos antiguos, no los de ahora, si tienen la curiosidad de acercar un poco las narices. Claro, al fin y al cabo, esto era el imperio romano (de oriente) y de ahí que a los griegos de por aquí (no a los de Grecia) les llamen «rumíes», que viene de «Rum», «Roma» (los de Grecia son «Yunan»).

Todo esto viene a que me he quedado sin ordenador, aunque yo siempre preferí llamarlo «computadora», por lo del femenino. La computadora (femenina) del traductor (masculino). Por supuesto, me refiero a mi propia experiencia particular y exclusiva, pero en todos los traductores (varones o mujeres) noto un no sé qué viril y elegante. En cambio, mi computadora… Aviso: parte del siguiente párrafo podría haber sido clasificado (o no) de ♦♦ o para mayores (con reparos) por la conferencia episcopal española. Luego no me digan que no les previne.

¡Con qué cariño recuerdo cómo se encendía cuando le presionaba dulcemente su botoncito! ¡Cómo se abría desvelándome todo su interior! ¡Cómo reaccionaba a mis deseos cuando sabía darle con la tecla! ¡Con qué placer me permitía que la penetrara con mi pen drive para introducirle mis datos! A veces, en su esfuerzo por satisfacerme, se acaloraba y resoplaba produciendo sordos gemidos. (Me parece que el radiador está muy fuerte.) Siempre estuvo junto a mí para grabar en su memoria mis tonterías y no dudaba en cuestionar mis decisiones y corregirme. Eso sí, muy solícita y con gran delicadeza. Con el tiempo se fue haciendo más lenta en sus reacciones, hasta que llegó el momento en que su memoria falló irremediablemente. El diagnóstico no permitía esperanzas y los análisis descubrieron un fallo físico generalizado. Por fin, fue incapaz de responder a mis intentos de despertarla.

Sin duda, siempre hay una gran computadora detrás de todo traductor que se precie. Antes de los ordenadores, los traductores teníamos que colocarnos junto a la estela de piedra del original con una tablilla de cera que era un lío porque si hacía calor se borraba todo y luego había que pasar la traducción a losas de mármol… ¿Eh? ¡Alto ahí! ¡Eso es mentira cochina! ¡La primera traducción ya la hiciste en un ordenador! ¡Uy, es verdad! Fue la tesina la que empecé en una máquina de escribir. La primera traducción la hice en el primer ordenador que nos compramos, un portátil de segunda mano sin disco duro ni nada y con una pantalla no mucho mayor que la de una PSP (lamento no haber encontrado ninguna foto). Lo de portátil era porque aquel bloque de plástico de metro y medio y varias toneladas de peso tenía un asa para llevarlo de un sitio a otro y una bolsa de transporte por si querías partirte la espalda. Tan extraño era el artefacto aquél que nos entró un ladrón en casa, se llevó el radiocassette y se dejó el ordenador con bolsa y todo. Seguro que no tenía ni idea de qué era.

Trabajar sin disco duro era la mar de entretenido porque tenías que meter un disquete con el sistema operativo para que el cacharro arrancara, sacarlo, meter otro con el programa del procesador de textos, dejarlo, introducir, por fin, un tercero con los archivos y ahí trabajar mientras te hacías mixtos los ojos con unas letrujas negras sobre fondo verde o viceversa. Y todo la mar de fácil. Sólo tenías que aprenderte un tocho de unas diez mil páginas con las órdenes básicas. Ce, dos puntos, dir barra pe, edit, símbolo del dólar, igual, cierra comillas, enter. Luego me enteré de que había una cosa que llamaban «entorno ventanas», que se cargaba desde el sistema operativo, y que te permitía usar algo llamado «ratón» por su semejanza con dicho roedor. Pero eso fue cuando aparecieron los monitores en color, unos procesadores que permitían procesar dos órdenes a la vez y capacidades de almacenamiento superiores a la barbaridad más absoluta llamadas «gigas» porque tenían miles de «megas». Eran cosas que usaban en la NASA y así y nadie creía que sirvieran para mucho a los particulares (mil megas, ¿para qué?).

Decía Tahsin Yücel que todos los traductores le debemos un homenaje al ordenador. Totalmente cierto. Aún me acuerdo de la maldita tesina y sus notas a pie de página. Tuve que hacer un corta y pega con ellas, pero de verdad. Escribía el texto en una página, las notas en otra, las recortaba y se las pegaba a la página del texto. Dios bendiga también a las fotocopias. En cambio, ahora, la juventud, sumida en la molicie, abre un archivo, empieza a darle a las teclas y le salen traducciones más o menos percodías, sinónimos, antónimos y qué sé yo más. Es como las guerras modernas, que han perdido la emoción heroica de las cargas a la bayoneta. Y, con todo, qué a gusto nos pegamos los traductores a un buen ordenador. Y eso sin hablar de la intrared o malla mundial no sé qué que empieza por eme para que te salga al darle la vuelta a las tres uves dobles.

Al principio todo el mundo decía que un ordenador, o una computadora, no era más que una máquina de escribir un poco avanzada. Pero, ¡qué avances! De entrada, te permitía borrar y además poner en otro sitio lo que habías escrito. Como traductor de una lengua que no tiene nada que ver con el español, dos avances nada despreciables. Ahora casi nadie sabe lo que puede hacer su procesador de textos de la cantidad de cosas que traen. Por ejemplo, mis estudiantes parecen no saber que puedes poner el tamaño del texto como te dé la gana y así permitir que su viejo profesor pueda leer la letra (tamaño 12, digamos). O que se puede dar más espacio entre líneas para que al susodicho profesor le quepan las correcciones a boli. O que el texto se puede justificar a ambos lados y queda más mono (acabo de justificar este párrafo, por ejemplo, porque no sabía que se podía hacer con el wordpress, q.e.d.). O a lo mejor sí son conscientes de todas esas novedades y no quieren hacerlo por fastidiar, pero tengo mis dudas. Sin ir más lejos, no saben usar las virguerías adecuadas para textos largos (véase tesis), aunque el otro día una estudiante me descubrió que las versiones más modernas (de la que yo usaba) te hacen la bibliografía en un santiamén, mire usted por dónde.

De todas maneras, a la hora de traducir hay cosas que sigo haciendo sobre el papel. Por ejemplo, corregir. Luego lo vuelvo a pasar al ordenador, claro, no voy a mandar a la editorial un montón de papeles llenos de tachones. Ir corrigiendo directamente sobre la pantalla me fastidia enormemente porque me falta, no sé cómo explicarlo, quizás visión de conjunto. Cuando dentro de unos años me hagan los exámenes sin papel, voy a estar más perdido que una cabra en un garaje. También tengo que dejar claro que me molesta enormemente leer en la pantalla de un ordenador, por la luz de la pantalla y por el ordenador en sí, que no puedes estar cómodamente tumbado en el sofá (o en la cama). Con un libro electrónico sí se puede, claro, pero no puedo corregir como a mí me gusta (sin piedad y con globos y flechas).

Las innegables ventajas de traducir con un ordenador tienen sus contrapartidas. Sobre todo una: la misma persona que te manda un texto malamente escaneado que no hay quien lo descifre te exige que le devuelvas una traducción que se podría encuadernar en tapa dura con letras de pan de oro. Así también me ahorro yo una pasta en editores, correctores, cajistas y demás compañeros mártires. En fin, vaya lo uno por lo otro, pero que conste que no es justo.

Pobre de mi computadora. Ahora está donde el pegamoide y nadie le reconocerá sus servicios. Pero el deber cumplido siempre ha sido la mejor paga del soldado. ¡Tararííí! ¡Presenteeen armas!

2lajos

¡Pobre! No pudo resistir tantas ventanas abiertas ni archivos de tantos gigas.

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Acerca de Rafael Carpintero

Traductor y profesor en la Universidad de Estambul
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4 respuestas a S.T.T.L.

  1. aidagda dijo:

    Un recordatorio digno para una compañera fiel muerta en acto de servicio.
    Te acompaño en el sentimiento, mi chica sigue sana pero su hermana mayor ya no está entre nosotros.

  2. Comprendo y comparto tu emoción: la mía -pobre- se apaga poco a poco, con las sombras de la edad asomando en la pantalla, y mira que la echaré de menos (poco tiempo, me temo), sobre todo sabiendo como sé que el tiránico trato que le he dado a veces, me hacía reo de abuso doméstico o como quiera que se catalogue hoy tan desmesurado delito.

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