Notas lingüísticas de una breve estancia en la Nueva Inglaterra

Inserto esta linda foto en la cabecera de la entrada porque tiene un gran valor documental. Sirve para a) ver el monumento a los caídos en todas las guerras habidas y por haber del sitio al que fui para que se hagan una idea del tamaño del lugar (desde la Guerra de Independencia suya y con su huequito para los muertos del futuro, lo juro por mis…, les doy mi palabra); b) detrás pueden ver las cataratas del Niágara del río Androscoggin (ya sé que no es el Niágara); c) al fondo a la derecha hay un molino o algo así de los que movía el canal del río para algún tipo de industria y ahora nada de nada; d) al fondo a la izquierda hay arbolitos de colores que se veían mejor en el original, o sea, al natural. Si analizan con lupa la lápida central de la foto verán la leyenda «Remember the Maine», algo que, como español, preferiría olvidar. Curioso, ¿verdad?, que lo que es orgullo para unos sea ocasión de malos recuerdos para otros (empiezo a parecerme a Lázaro de Tormes).

El caso es que no me llegaba la camisa al cuerpo con el viaje a Nueva Inglaterra porque todo el mundo andaba dándome sabios consejos: «¿Que te vas a llevar un mechero? A la cárcel de patas», «Como metas chicles en la mochila, te vas a hacer de vientre en los controles de seguridad», etc., etc. Casi me llevo la cartilla militar en la boca por si acaso. Y luego… nada. «¿Dónde va usted?»; «¿Placer o negocios?»; «¿Es usted español? A mí me gustaría ir a Pamplona a eso de los toros». Ni más mochila ni más gaitas, y no es que me vaya a quejar, si ustedes me entienden. También me daba miedo ir a Nueva Inglaterra porque mis referencias literarias son H.P. Lovecraft y Stephen King y ya se pueden imaginar.

Y el caso es que en los EE.UU. de América (del norte y sólo en parte), nada es lo que parece. Cuando vi que la maleta me pesaba treinta y tantos kilos casi me da un patatús y resulta que eran libras (por un pepino, por un tomate, por una libra de chocolateee…). Luego iba a un «college» y resulta que no era un colegio (tampoco una colleja), que ellos lo llaman «escuela», sino más bien una especie de universidad con tíos como trinquetes en vez de niños.  En el «college» había dormitorios que tampoco eran cuartos, sino residencias de estudiantes. Pero lo peor es que iba a un seminario que tampoco se llamaba así, sino conferencia, y la charla que tenía que dar tampoco era una conferencia sino un/-a «address». Que, como sabemos todos los que vemos las series subtituladas en Turquía, significa «dirección (postal)» y de ahí la famosa «dirección de Gettysburg» que se aprenden los americanitos de la tele y que debe de ser la dirección de la ayuda al niño o algo así, que si no para qué se la van a aprender. Además lo mío era una «keynote address», que quiere decir algo así como «dirección de la clave de la nota» y yo estaba convencido de que era algo musical y me llevé una sorpresa de aquí te espero.

Por si no lo sabían, los americanos (dejémonos de memeces porque nadie dice, lo que se dice decir, eso de «estadounidenses» ni «norteamericanos»; cf. si no frases como «en la peli de anoche estaban los malos y llegan los americanos y…» y nadie se espera que sean, un poner, uruguayos), pues los americanos hablan inglés (menos el que se quería ir a Pamplona, que se llamaba Raúl) y la última vez que yo lo hablé todavía existía la Unión Soviética y estaban el Reagan y la Thatcher. En fin, luego resulta que en Nueva Inglaterra no todo quisque habla inglés, sino que también hay quien habla francés y, ¡oh, sorpresa!, son los pobres, con lo fino que ha sido siempre hablar francés en mi pueblo. Tan pobres deben de ser, que incluso, en su momento, a los empleados del college al que fui se les desanimaba («discourage», que significa «desencorajar») a que lo hicieran para que no lo hicieran y me estoy haciendo un lío porque no sé qué preposición va con «desanimar» (¿a, de? Un saludo a Salia Dulitel). Claro, en nuestros tiempos políticamente correctos, eso es una vergüenza tremenda para la institución e intentan compensarlo, pero tampoco se van a poner a enseñar francés a los empleados que tienen ahora y que parecen, más que francoamericanos, latinos, negros y asiáticos. De todas formas,  viendo al personal nativo del lugar sentado a la puerta del porche en un sillón que parecía sacado de la basura y con una charpa de niños rubitos correteando alrededor, me acordaba de esta canción.

Pero a los americanos les gusta hablar claro y los pobres son pobres aunque hablen en francés. En el documento gráfico que adjunto (esta foto, vaya) pueden ver cómo el candidato a la alcaldía presenta como una de sus mayores virtudes el «hablar to tieso», o, traducido con

muy mala uva, «hablar como un machote». Tanto que incluso se ve bonito que te apees del título ipso facto porque el inglés no permite el tuteo. Es decir, si te apelan con un «Oiga, míster Pérez», tú tienes que contestar con un «llámeme Julián, por favor», sin «don» ni nada porque tampoco lo tienen y se creen que es cosa de la mafia. A mí eso no me parece mal, pero me extrañaba el entusiasmo que desplegaban. Por ejemplo, bajas a desayunar en el hotel y la simpática recepcionista te saluda con un «Good morning, gorgeous. How are you today, guys?» que tampoco se siente uno muy gorgeous con las legañas todavía puestas. Pues bueno, te lo dicen como si hiciera veinte años que no te hubieran visto y estuvieran encantados de hacerlo (verte). Eso se extiende a dependientas de tiendas y camareras: «Hola, me llamo Cindy, ¿qué tal están hoy? Vaya día, ¿eh? No se puede una fiar. Nuestras ofertas del día son bla, bla, bla…» y no hay quien las pare. Hasta en la calle tipos que no te conocían de nada te soltaban un «Lovely day, isn’t it?» El problema es que ni tú te alegras tanto de ver a la tal Cindy ni te importa en exceso lo que te cuenta, y además la morning del lovely day en cuestión había caído la peor nevada que se recordaba por aquellos pagos en octubre. Pero que ni se te ocurra poner cara de pepinillo en vinagre porque serías un esaborío, pecado imperdonable donde los haya.

Porque educaos lo son una jartá. Tooodo les parece interesantísimo y estupendo. De hecho, cuando me disponía a dar mi dirección y empecé con un vigoroso «Ai an a voy. Disis arum!», ni me abuchearon ni nada (algo que yo mismo me habría hecho, pero entonces no habría podido seguir hablando). Tampoco cuando terminé con un heroico: «To God very goods (ellas)». Supongo que no entenderían ni patata («Supose that not understand neither potato») pero eso no les impidió felicitarme calurosamente: «Hay que ver qué interesante lo que ha dicho usté», si hubiera podido enterarse, claro. Por la vía, amenazaron con poner las intervenciones en Youtube en un futuro próximo, así que ya saben que podrán tener un recuerdo mío junto a su selección de los mejores momentos de Paco Martínez Soria.

Igual exagero, pero ya me disculparán. La verdad es que me lo pasé muy bien aunque apenas pude salir del seminario en cuestión, que creo que se merece su propia entrada.

Bonita imagen del "lovely day" que me encontré la mañana que me iba. No me extraña que me suspendieran el vuelo, claro

Acerca de Rafael Carpintero

Traductor y profesor en la Universidad de Estambul
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