
Otra de las fotos de mi amigo Taner. Aquí "gözleme" (una especie de tortita) se convierte en "observar" (el verbo "gözlemek" también es "vigilar/observar").
Ejem, ejem… Estábamos hablando de… Esto… Decíamos que lo del salmorejo y la traducción es muy peliagudo porque hay a quien le gusta solo con un poco de jamón, quien le pone huevo duro o quien lo usa como acompañamiento de la tortilla de patatas, por ejemplo. O, como nos ilustra la Wikipedia de nuevo, pensil, florilegio y crestomatía de conocimientos varios sobre el salmorejo, bien podría ocurrir que se tratase de un guiso de carne (en francés «salmis»), preferiblemente de caza, como el conejo en salmorejo. Pues algo así pasa con la traducción. Cómo lo diría yo… La idea es que cada cual traduce lo que ha mamado y eso puede ayudar o no. O sea, salmorejo con jamón o conejo en salmorejo.
Y no me refiero sólo al vocabulario, no, eso es lo de menos. Mi amiga y colega de ACEtt Carmen Francí dio un seminario seguro que interesantísimo (yo andaba dando otro y no pude ir) que se llamaba «Tejanos en Barcelona y vaqueros en Madrid» y que demostraba que no siempre lo decimos todo igual pero que tampoco importa tanto. O tomemos el caso de mi muy querida esposa y yo que andábamos como locos, ella buscando escarpias y yo alcayatas. Al final resulta que todo es lo mismo y tampoco las diferencias son insalvables. Pero hay otras diferencias más difíciles de resolver, y la comida es sólo una de ellas.
Hay unos no sé si llamarlos críticos, sociólogos, filósofos o qué, postcolonialistas, postestructuralistas, postmodernos y posttodo que se llaman Homi Bhabha y Gayatri Spivak y que no sé si habrán leído algo de ellos. Yo intenté hincarles el diente porque por aquí están muy de moda pero me quedé un poco a dos velas. Algo parecido me pasa con Foucault (Michel, no León). Es gente que escribe muy bien; los lees y te quedas con los ojos haciéndote chiribitas. ¡Qué tipos! ¡Qué razón tienen y qué bien lo dicen! Y entonces llegan las preguntas clave: ¿Qué quieren decir? ¿Qué acabo de leerme? Y no lo tiene uno tan claro. Pero, en fin, lo mismo puedes presumir los entiendas o no, mejor aprenderte alguna cita y soltársela a ese cuñado tan pesado que no deja de darte la tabarra con el fútbol. Ahora que lo pienso, mejor no; mejor callarse.
A lo que iba, mi interés por dicho señor y dicha señora se debe (debía) a algo que leí en otro sitio, como suele pasar. Más exactamente en dos capítulos del libro editado por Armando Gnisci Introducción a la literatura comparada (traducción de Luigi Giuliani, en la editorial Crítica de Barcelona): «Imágenes del ‘otro’. La literatura y los estudios interculturales» de Nora Moll y «Multiculturalismo, estudios poscoloniales y descolonización» de Francesca Neri. La idea que me interesaba era la de la localización/ubicación/emplazamiento, etc. del propio crítico. Moll habla en la página 358 de:
la propia pertenencia sociocultural y posición ideológica, o sea, la propia location, como fuente de conocimiento crítico.
Y Neri define así la «location»:
Por location (posicionamiento), como ya hemos dicho, se entiende el sitio desde el que se habla, las experiencias, la historia, la procedencia geográfica, y también la actitud, la lengua, la orientación política.
(En un paréntesis, éste, tengo que explicar que lo de la traducción del término «location» también se las trae porque es como se llama a la traducción y adaptación a cada país o cultura del «software», o dicho a la francesa «soporte lógico». Me explico: el programa del procesador de textos que uso habitualmente no ha sido traducido al español, sino que ha sido «localizado». Ahí a la derecha tienen un enlace a un blog sobre el tema: Localización y testeo con Curri.)
Y me interesa la idea de la «location» porque tiene que ver con eso de que quien hace el experimento está influyendo en los resultados del propio experimento. Nuestras experiencias, y nuestra experiencia, afectan a la forma en que traducimos. Para bien o para mal. Lo típico es que a mayor experiencia/experiencias el resultado sea mejor; y viceversa, una mayor experiencia suele producir mayores resultados. Ahí tengo a mis estudiantes, que los pobres a veces son de un pipiolo que espanta (¡No han visto Lo que el viento se llevó!). Me acuerdo también de una compañera que estaba traduciendo un libro en el que se hablaba del Londres de los sesenta-setenta y estaba con la boca abierta con tanto campo de fresas para siempre y tanta Lucy en el cielo con diamantes. Pues igual se habría quedado quien esto suscribe de no ser porque en su casa a todos les gustaban los Beatles. No digamos ya cuando se encontró con un tal Engelbert Humperdink, que miró en una enciclopedia y ponía que era un compositor alemán del siglo XIX. Sin embargo, yo sí sabía quién era, y desde aquí me gustaría agradecerle a mi padre el conocimiento que tengo del insigne cantante pop de dicho nombre porque tenía una cinta suya y otra de Tom Jones con carátulas muy parecidas y nos daba la tabarra con ellas (con las cintas). Y no he tenido que estar en el Londres de la época, entre otras cosas porque debía de andar en pañales.
¿Qué quiero decir con esto? Pues que el salmorejo que tomé de pequeño me sirve para establecer relaciones con cosas, costumbres, comidas o qué sé yo, que de otra forma me sonarían a chino. Para traducir narrativa esto es muy importante (creo) porque entiendes mejor el mundo que propone el autor. Es posible que los hobbits y los elfos me sigan resultando igual de raros, pero si sé que para un inglés típico la idea de la felicidad es fumarse una pipa y tomarse una cerveza en el porche de una casa de campo, entiendo por qué Sauron es tan malo. Y así la traducción me saldrá mejor.
Ya he dicho que el mundo de Pamuk me resulta muy próximo, pero es porque se parece a un mundo que he podido ver, aquí y allí. ¿Y el de Yaşar Kemal? A ver, les propongo una adivinanza: díganme el nombre de una región agrícola y muy fértil, de agricultura latifundista, que es un valle de un río muy grande y que al norte está separada del resto del país por unas montañas en las que en tiempos hubo muchos bandoleros, sobre todo después de la ocupación francesa. ¿Andalucía? Sí, pero también Çukurova. ¿Que los turcos son musulmanes y nosotros católicos, apostólicos y romanos? ¡Y qué más da! Si eso son fruslerías… ¿Que nosotros tomamos gazpacho y ellos sopa de yogur? Minucias…
La idea es que la traducción resulta mucho más fácil y sale mejor (a mí, por lo menos) si podemos identificarnos con lo que se nos cuenta. Para ello necesitamos encontrar puntos comunes. Y para encontrar los puntos comunes tenemos que ser muy conscientes de dónde venimos. A mí no es que Estambul me resulte parecida a Córdoba, sino que quiero que sea así. ¡Ea, porque me da la gana! ¿Y por qué me da la gana (me está entrando hambre)? Pues porque creo que lo bonito de la traducción y de leer traducciones está en encontrar las pequeñas diferencias en algo que en el fondo es lo mismo. ¿Les gustan las películas del Oeste? No me negarán que son todas iguales. ¡Ah, pero hay ciertos detalles distintos…! ¿Lo ven? Ahí está el truco. Y encima, que no, que no tiene nada que ver con la lengua, que anda que no debe de ser extraño (para mí) el campo en la tierra de Gabriel García Márquez y me lo leo sin problemas. Cuando uno se lleva un buen chasco es cuando pretende encontrar las diferencias que se ha inventado y se viene, por ejemplo, a Turquía buscando, por ejemplo, dromedarios.
Yo soy cordobés, español, europeo, occidental, homo sapiens (relativamente sapiens); estudié en un colegio de pago, empecé filología hispánica en Córdoba (era el plan antiguo con tres años de comunes), seguí con estudios árabes e islámicos en Madrid, me vine a vivir a Estambul, etc., etc. Nací cuando Franco todavía estaba vivo, me tragué la famosa transición, vine a Turquía cuando todavía coleaba el último golpe de estado gordo… De todo eso soy consciente y lo tengo en cuenta cuando traduzco. No digamos ya lo que he leído, visto, oído (incluyo aquí a Engelbert Humperdink), comido y bebido (y aquí al salmorejo y al salep), palpado y olfateado. Total, parafraseando a mi madre, para tener un currículum largo, lo único realmente necesario es haber vivido unos años. Y los salmorejos que hemos comido a lo largo de ese tiempo (de pan y tomate o de conejo) nos dejan un poso que facilita la labor de traducir. No somos todos iguales, pero seguro que, con un pelín de esfuerzo, encontramos puntos comunes.
Hay veces que es más difícil. El otro día tuvimos una discusión tontorrona en clase de lingüística. Alguien hablaba de las posibilidades de comunicación entre los perros y los humanos (hay que ver las cosas que se les ocurren). No digo que no sea posible porque lo es; pero si se fijan, en general no le hablamos a los perros como a perros, sino como a niños. Simplemente, no somos perros, pero buscamos un asidero que nos permita comunicarnos. ¡Hala, léanse La colina de Watership y verán si es difícil o no el experimento de intentar hablar de algo totalmente distinto!
Primero de todo… ¡Qué emoción! ¡¡¡Me has mencionado!!! Me ha dado un vuelco el corazón porque no me lo esperaba 🙂 Muuuuchas gracias.
Lo segundo, tu escrito me ha recordado a mi padre, con eso de «A mí no es que Estambul me resulte parecida a Córdoba, sino que quiero que sea así. ¡Ea, porque me da la gana!» Y no porque pudieses tener su edad, ni mucho menos (de hecho, por lo que cuentas de la época en la que naciste, debes andar por la edad de mi hermano, más o menos), sino porque él muchas veces me dice eso de «ea, porque me da la gana» 🙂 Dí que sí, porque tú lo vales, como la conocida marca de cosméticos 😉
Aparte de eso, estoy completamente de acuerdo con lo de que no hay nada mejor como haber vivido una experiencia similar o paralela a la que estamos traduciendo para poder hacer nuestras traducciones mucho mejor. Seguramente, si no hubieses vivido en Estambul, muchos detalles en los libros de autores turcos te habrían pasado desapercibido. O, a lo mejor, podrías aprovechar que eres de Córdoba e imaginarte cómo era eso en la época árabe para poder meterte en el papel de la princesa mora paseando por los jardines de palacio. Todo depende de la imaginación que tengas. Sin embargo, ahí ya he mencionado algo de la cultura: que te imaginases Córdoba en la época mora. Seguramente, si fueses de Santander, no podrías imaginártelo (a menos que hubieses estado en Córdoba y hubieses visto todos los restos árabes que plagan la ciudad), al menos no tan fácilmente.
Cuando fui a Estambul, fui al museo de Historia árabe (ese que está en un parque enorme donde hay también un palacio) y allí había una maqueta de la mezquita de Córdoba, y me emocioné, les empecé a decir a mis amigos que eso estaba en España. Yo no he estado en Córdoba (aún) pero tengo presente cómo es por lo que he visto en televisión o por las fotos. Donde sí que he estado (dos veces) es en la Alhambra de Granada, y pude ver las similitudes de ésta con el palacio que visité en Estambul y también con las mezquitas que había (que, por cierto, qué preciosas son). Imagino que, si no hubiese ido nunca a Granada (y si en Mallorca, de donde soy, no hubiese habido tampoco influencia árabe y mozárabe), no podría haberme sentido tan «identificada» con lo que vi en Estambul.
De forma similar, tras 6 años y medio viviendo en Londres, puedo decir que entiendo aún mejor por qué Sherlock Holmes era tan frío y hablaba con cierta confianza, casi como si supiese que es mejor que nadie (que, de hecho, lo era), o imaginarme las callejuelas llenas de niebla (aunque no haya tanta) por las que pasaba Aníbal Lecter en busca de su próxima presa. Puedo hacerlo porque conozco la cultura inglesa y las calles empedradas de Londres. Seguramente, si fuese de una ciudad con un bello casco antiguo con piedras donde suele estancarse la niebla en las noches frías de invierno y donde un asesino en serie se dedicó a aniquilar mujeres, no tendría que haberme venido a Londres para entenderlo tan bien, ya que, mi experiencia de pequeña, me habría hecho entender mejor los paralelismos con el autor del libro.
Vamos, con todo este rollo, solo quiero decirte que sí, que tienes razón 🙂
Oh, my dear Curri (pa que vean que yo también sé idiomas): He tenido el placer de mencionarte porque vuestro trabajo me parece el decimotercero de Hércules por lo menos. ¡Alabado sea el Señor del los Mundos! ¡Hacerse tropecientas veces no sé qué nivel de Tomb Raider! ¡Y yo que dejé de jugar al Monster Hunter Freedom porque se me fastidió el archivo donde se guardaba la partida y no quise volver a empezar! Y que te encuentras cada traducción en los juegos que te dan sudores fríos… Ante profesionales como vosotros, me quito el cráneo.
En cuanto a lo otro, creo que no me expliqué bien. Por supuesto, opino que conocer la realidad ayuda a traducir, pero también que simplemente encontrar parecidos en lugar de buscar diferencias puede hacer más enriquecedora la lectura y, por tanto, la traducción. Tampoco es que haya que complicarse mucho la vida. Me acuerdo de lo que decía Savater de los cuentos de Guillermo Brown, que su realidad no tenía nada que ver con la de un niño español. ¿Te parece poco el que ambos sean niños o que todos lo hayamos sido? Y ahí está el «porque me da la gana». Puede que no fuera un niño como Guillermo, pero te aseguro que a ratos me habría gustado serlo, y por eso me gusta leerlo. Por cierto, me encontré un libro de Richmal Crompton en inglés en el proyecto Gutemberg y no es nada fácil de traducir. Demos las gracias a Guillermo López Hipkiss.